2023: el desafío está en la esperanza

2022 acaba y 2023 comienza. Siguiendo a T. S. Eliot, se puede repetir que las palabras del año que termina pertenecen al pasado, mientras que las del nuevo año “esperan ya otra voz”. Para dar lugar a ese tono renovado, es importante realizar un balance de 2022. Identificar las tendencias de los últimos 12 meses permite anticipar rasgos del futuro inmediato.

En el último año, la democracia iliberal siguió expandiéndose. Subvirtiendo el orden constitucional, sirviéndose de sus reglas, encontró un caldo de cultivo favorable en el mundo digital.

La guerra que Rusia lanzó contra Ucrania constituye una de las grandes tragedias del presente. Lo que está en juego es más que una disputa geopolítica: esta guerra puso a prueba los alcances del orden mundial vigente.

Por otro lado, a lo largo de 2022 los esfuerzos para hacer frente a la emergencia climática fueron insuficientes.

El año cerró con la muerte de Benedicto XVI. Su vida, como dijo Arturo Sosa, S.J., proporcionó una lección de humildad y de libertad espiritual capaz de anteponer a cualquier otra cosa el bien de la Iglesia.

En México las cosas tampoco han sido sencillas. A lo largo del último año la violencia se acentuó en diferentes niveles.

Esta crisis de violencia alcanzó a la Compañía de Jesús el 20 de junio, cuando Javier Campos Morales, S. J., y Joaquín Mora Salazar, S. J., fueron asesinados en la Sierra Tarahumara. Sus muertes no son un hecho aislado: se suman a millones de personas víctimas de violencia en nuestro país.

A esto se añade una reforma electoral que para muchos es preocupante en cuanto a la forma como fue aprobada y en cuanto al fondo de su contenido, y unos actores políticos mayoritariamente volcados al 2024 y menos atentos a las exigencias del presente, el panorama dista de ser halagüeño.

El año que empieza será particularmente intenso en lo político y lo social. En un mundo amenazado por crisis políticas, sociales, ambientales y tecnológicas, y en un México roto por la violencia y la desigualdad, la identidad obliga a abrir horizontes de esperanza. Para eso, es indispensable tener confianza en que el presente no es un destino inexorable. Creer que se puede ser y dar más.