¿A dónde va la gente?

El fenómeno migratorio existe en todo el mundo, sin embargo, son los países pobres y en vías de desarrollo los mayores expulsores de personas; de ahí los grandes éxodos que han atestiguado las naciones de origen, tránsito y destino como México. La migración es la herencia maldita del neoliberalismo, el rostro de la desigualdad que pinta de cuerpo entero un mundo desbocado por la ambición económica.

Paradójicamente en tiempos de la globalización y de la mundialización, para una parte de los seres humanos el mundo es tan ajeno que ni siquiera pueden permanecer en sus lugares de origen porque la pobreza y la violencia los ha arrancado de tajo del suelo donde están sus raíces arrojándolos solos a ningún lado. Sí, solos en medio de una multitud de millones de desamparados a quienes tampoco nada les pertenece.

Palabras más, palabras menos, dicen los teóricos que la mundialización es el proceso que ha estandarizado la integración de las sociedades y de las actividades económicas desde una dimensión mundial, y que tiene una perspectiva mayor que la globalización. A lo cual, habría que agregar que ha estandarizado también la desgracia, la marginación, la desigualdad, la discriminación y la deshumanización.

La crisis humanitaria que representa el fenómeno migratorio es tan profunda y grave que el asombro, a veces morboso, sólo alcanza a ver las hordas desvalidas que caminan y se atreven a mirar al mundo de frente exigiendo derechos que les pertenecen pero que nadie les quiere reconocer. En lo más profundo de la migración existe un submundo cruento de explotación, vejaciones y cosificación que usa y desecha a las personas como objetos.

El tema no sólo son las políticas públicas y mucho menos la politización de lo público, sino la reflexión que deben despertar los congéneres que cruzan por el territorio y que han quedado huérfanos de Estado y Patria. En el lomo de la bestia, en la panza de un tráiler o descalzos por las carreteras, van en una marcha incesante y dolorosa en busca del sueño americano e, incluso, de un sueño cualquiera que no acaba por ser sino una pesadilla.

Durante su trayecto son presas fáciles para los traficantes, tratantes, cárteles y todo tipo de mafias. Si logran su objetivo, son rechazados, humillados y estigmatizados en los países de destino, aunque necesiten de su fuerza de trabajo, porque esa postura les permite mantener a las personas migrantes en un estatus de ilegalidad, por lo que pueden invisibilizarlas, amedrentarlas, excluirlas y pagarles salarios menores.

Las personas migrantes representan en sí mismas una gran fuente de ingresos para diversos sectores legales e ilegales, entre más humildes y más pobres más dinero significan, una cruel y contradictoria realidad que sólo se puede entender en el mundo de los mercados en donde el único valor es el dinero.

La solución no es sencilla, pero compromete a todas y a todos, empieza por la forma en que se concibe el mundo y sus realidades, en cómo mirar al prójimo. Migrar no es delito, carecer de todo no te convierte en un criminal, aspirar a una vida mejor es un derecho.

La indiferencia ante la migración evade del horror de su significado y de la vergüenza que conlleva el desprecio y la minusvaloración a la que se ha sometido a una parte de la humanidad.

Es urgente mundializar el problema y su solución porque rebasa los espacios nacionales y regionales. Si la tragedia persigue a la humanidad y el mundo no les pertenece a todos por igual, entonces ¿a dónde va la gente?