“La gente que regatea dice que es tierra, pero no es solo eso”, cuenta Martín Vázquez Juárez mientras continúa moviendo las manos para terminar al menos 40 cazuelas de barro crudas, para ganarse 10 pesos por cada una.
Trabaja desde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche en un cuarto de tepetate, en la comunidad de La Trinidad Tenexyecac; su padre fue quien le enseñó el oficio de la alfarería.
Esta labor lo ayudó a sacar adelante a sus hijos, pero ahora le preocupa que las nuevas generaciones están abandonando la tradición para trabajar en las fábricas por un “sueldo seguro”.
“Se está perdiendo nuestra alfarería porque es muy barato lo que pagan por pieza (...) La gente no valora el trabajo que hacemos: una cazuelita cuesta unos 35 pesos, pero a veces ni eso quieren pagar. Para poder ayudar a los alfareros compren cazuelitas, porque ahora están eligiendo el peltre o aluminio”, comenta.
En su patio ha enfilado las cazuelas para que se sequen y las lleve a cocinar a otro taller con horno, porque en su casa no hay.
En la misma localidad vive otro artesano de nombre Enrique Arroyo Juárez, quien con fuerza amasa sobre una mesita de madera el barro necesario para una cazuela. Lo aplana en forma de tortilla y le aplica una tierra fina que evita que se pegue al molde, le da golpecitos con otro instrumento y finalmente monta la pieza en el torno de pedal.
Enrique tiene 63 años, recuerda que desde niño comenzó a trabajar el barro.
“Todavía hay mucha gente que regatea demasiado, quieren comprar y dicen que ‘esto es tierra y aquí hay mucha tierra’, pero no se dan cuenta que esto es otro tipo de material, es arcilla. Y lleva todo un proceso”, explica el artesano.
En Tlaxcala reinventan la alfarería
Así también, en Tlaxcala con hornos se reinventa la alfarería. En una cazuela de barro elaborada por Abdías Solano, caben hasta 40 kilos de mole. El alfarero, originario de La Trinidad Tenexyecac, en el estado de Tlaxcala, tiene decenas de piezas de barro de diferentes tamaños preparadas para cocer. En el proceso, que se realiza dos veces, debe unir esfuerzos con su esposa Luisa Juárez e hijos por lo extenuante de las jornadas; juntos se encargan de cargar su horno tradicional y alimentarlo con leña durante un periodo de entre ocho y 12 horas continuas, soportando las altas temperaturas y el humo que oscurece su taller familiar.
Así lo han hecho desde hace 150 años todos los artesanos de esta comunidad, quienes tienen mermas en cada horneada, sufren quemaduras en ojos y manos, respiran por tiempos prolongados los vapores del plomo con el que esmaltan y de los materiales inflamables -como retazos de telas y derivados del petróleo- que algunos utilizan a modo de combustible.
Innovación
La Escuela Nacional de Cerámica (ENC) llegó al taller de los Solano Juárez con una innovación técnica que prometía cambiar esa realidad: un horno de leña no contaminante para incentivar el desarrollo social, ambiental y económico de la localidad, a fin de elevar la calidad de vida de los alfareros.
“El diseño es japonés y ha sido adaptado por la ENC a las necesidades de la alfarería mexicana”, añade el director de la escuela, David Aceves Barajas.
Su característica principal, explica, es que elimina la inhalación de humo y la exposición de los artesanos al fuego directo; su estructura les permitirá emplear la mitad de leña requerida en una quema normal y tener una mejor distribución del calor interno, lo que disminuye la cantidad de piezas que se dañan durante la cocción.
Tras la construcción, en la que también fueron capacitados alfareros de los municipios de Españita y Tzompantepec -donde en febrero de este año se inauguraron dos hornos más-, la ENC brindó talleres de costos, diseño, mercadotecnia y empaque, así como de esmaltes libres de plomo a más de 25 personas para fortalecer el desarrollo artesanal del estado.