Casi de manera desapercibida, el Día Inter- americano del Agua nació en 1992 y comenzó a conmemorarse a partir de 1993, cada primer sábado de octubre. Cuando la efeméride llegó en 2002 a su décimo año, su lema trascendió como una alerta internacional: “Agua: ¡No al Desperdicio, No a la Escasez!”.
La proclama de 2002 se lanzó con el objetivo preciso de “cambiar la cultura y valorar el agua en todas sus dimensiones”. La de 1995 fue “Agua, un Patrimonio para Preservar” y la de 1996, desafiante y sugerente, instó: “Agua, valiosa como la vida. ¡Cuídala!”.
El Día Interamericano del Agua fue establecido por iniciativa de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en alianza con la Asociación Interamericana de Ingeniería Sanitaria y Ambiental (Aidis) y la Asociación de Agua y Aguas Residuales del Caribe (CWWA por sus siglas en inglés). La Organización de Estados Americanos (OEA) se sumó en 2002.
Con las actividades del próximo 5 de octubre, primer sábado de ese mes, la conmemoración cumplirá 32 años, pero más allá de eslóganes, la realidad es que América Latina y el Caribe acumularon un largo historial de desperdicio de los recursos hídricos.
Acostumbradas a batallar contra este problema, dos expertas latinoamericanas, las ecuatorianas Glenda Ortega y Cristina Reyes, relataron a El Universal parte del complicado escenario regional por el despilfarro de agua que existe en cualquier ciudad latinoamericana y caribeña. Por ejemplo, proliferaron las imágenes de tuberías que se reventaron y que, por muchos días, expulsaron gran cantidad de agua sin que se dé orden de repararlas.
“La cultura del desperdicio del agua está impregnada en la sociedad y no sólo es de los ciudadanos, de usarla bien o no, sino también de los gobiernos locales, regionales, municipales y estatales”, afirmó Reyes, ingeniera ambiental en prevención y remediación, consultora municipal e integrante del (no estatal) colectivo Mujeres por el Agua.
“Las obras de agua potable para no desperdiciarla, reutilizarla o limpiar los cauces, entre otras labores, no dan réditos políticos porque no se ven tanto como pavimentar una calle, pero esas inversiones son las que primero deberían hacerse”, dijo Reyes, máster en Administración Pública y una de las demandantes para recuperar al río Machángara, de Quito.
Tras indicar que “en muchos países de América Latina el consumo está subsidiado por los Estados”, explicó que “esto hace que sea muy difícil que las personas lleguen a ser conscientes del valor del agua. Por supuesto donde es subvencionada, el agua no es de calidad potable. Entonces, ¿qué es lo que hace que la gente desperdicie?: El costo”.
En el caso de Costa Rica, las tarifas del consumo de agua comenzaron a bajar desde 2015. “Esto hace que la gente pierda esa noción del valor y no le importe porque al final de cuentas, es barata. Esto pasa por la educación, porque realmente el agua se agota y se está agotando por diversas razones, como los efectos de los cambios del clima”, describió.
En opinión de Ortega, ingeniera en biotecnología ambiental, exsubsecretaria del Ministerio del Ambiente de Ecuador y directora ambiental del Gobierno Autónomo Descentralizado de la nororiental provincia (estado) ecuatoriana de Pastaza, “no existe en América Latina esa educación, esa cultura de evitar el desperdicio desde la conciencia de que el agua se está volviendo un recurso finito”.