Los baches no solo marcan trayectos para millones de automovilistas, señalan también pendientes asumidos y especialmente complicados de manera inesperada por dos meses de tormentas; además, dibujan grietas políticas de una oposición carente de aceptación mayoritaria y con problemas de posicionamiento.
Ni es secreto ni hay desentendimiento. Según la encuesta más reciente del Inegi, a nivel nacional, 82.9 por ciento de la población considera a los baches como principal problema de su colonia.
Esta percepción, lejos de traducirse desde los opositores al gobierno en una propuesta concreta de solución, se ha tomado como propaganda contra la administración de los municipios, sin alternativas técnicas ni de fondo. Además, claro, que el 80 por ciento de los baches son responsabilidad directa de las alcaldías.
El gobierno capitalino anunció una estrategia robusta de reencarpetamiento. Por volumen de obra, recursos y calendario, representa la mayor intervención en décadas.
El bache existe, aunque el verdadero vacío, el hueco ponchallantas de la voluntad comunitaria potencial, está en el cálculo de quienes desean disputarle al oficialismo la confianza ciudadana.
Algunos estados han emprendido programas para solucionar los baches que existen en las calles; en el proyecto, la lógica colectiva distintiva implica encuadrar el problema de los baches en un lenguaje de solución y no únicamente en la inmediatez justificada de la queja.
La denuncia estridente que convierte cada bache en metáfora de un supuesto fracaso omite lo esencial: no solamente está la exigencia de cubrir los baches o reconocer que el asfalto no se coloca mientras llueve, sino en generar fortalecimiento de una comunidad cívica exigente del conjunto de la autoridad y abrazadora de lógicas de colaboración.
No es casual que la presidenta Claudia Sheinbaum interviniera para respaldar esa lógica técnica. “Hay que ser un poquito pacientes”, dijo, y esa frase sintetiza una visión de gestión: asumir que hay tiempos naturales condicionantes de la política pública.
Cuando los contrapesos no logran estructurar alternativas viables, el poder dominante se fortalece porque representa al único actor capaz de “hacer” en lugar de arrojar sirenas, golpes y megáfonos.
La encuesta del Inegi indica que, junto con los baches, las fallas en el suministro de agua y la falta de alumbrado público son inquietudes ciudadanas.
El otro bache no está en las calles, sino en la debilidad aparente de la oposición asfaltada con furia.











