¡Bajó la pobreza!

¡Bajó la pobreza!

La reducción de la pobreza es muy buena noticia. Hay que celebrarla. También hay que entender bien qué funcionó para fortalecerlo, qué es lo que falta para crearlo y que falló para cambiarlo con urgencia.

Cuando hace 10 años inició la Acción Ciudadana Frente a la Pobreza se soñó con erradicar la pobreza extrema en “una generación”. Al poco se descubrió que también se podía reducir sustancialmente y para siempre la pobreza creada desde el sistema laboral (porque #QuienTrabajaNoDebeSerPobre).

Hoy ese horizonte es más cercano, si además de festejar el avance logrado se aprende y se actúa para avanzar más.

Lo más importante ahora es entender qué pasó. Los datos de Inegi son muy claros: la reducción de la pobreza es el resultado de la dimensión económica, la dimensión social no cambió sustancialmente y en algunos casos se deterioró más.

En la dimensión económica, de 2018 a 2024 mejoró el ingreso producto del trabajo, mientras que en la dimensión social, las carencias que dependen de políticas públicas (educación, salud, seguridad social) se estancaron o empeoraron. La más grave es la carencia por acceso a servicios de salud que se duplicó: del 16 % de la población (20 millones de personas) a 34 % (44.5 millones de personas).

En cambio, el ingreso crece 22 % en términos reales para todas las personas, pero mucho más para quienes ganan menos: el ingreso del decil I subió 40 %; el decil II, 33 %; el decil III, 28 %. Este incremento proviene mayoritaria y sustancialmente del trabajo, representan alrededor del 70 % del incremento del ingreso.

Como dicen en la saga de Star Wars: este es el camino (This is the way!).

La vía para avanzar aún más, más rápido y de manera sostenible, depende sobre todo de la dimensión económica, concretamente del impulso a la creación de empleos con ingreso digno y la incorporación laboral de mujeres y jóvenes que hoy están en condición de exclusión.

Impulsar un nuevo paradigma económico de inclusión y crecimiento con equidad requiere de políticas públicas efectivas, pero también y sobre todo de la participación de los sectores productivos: las empresas y las y los trabajadores. Aumentar el ingreso laboral requiere concertación y diálogo social para vincularlo a la mejora de la productividad, no depende solo ni principalmente de los gobiernos.

La política social necesita cambios urgentes. Los datos de Inegi confirman: el efecto de los programas de transferencias sobre la pobreza es mínimo y sobre la pobreza extrema es nulo. Pese al crecimiento de su presupuesto, que subió de 150 mil millones en 2018 a 700 mil millones en 2024, la diferencia en su efecto es mínima: 1.3 puntos porcentuales más en la pobreza y solamente 2 décimas de punto, o sea nada, en la pobreza extrema.

Teniendo claro que la política social no puede solo ni principalmente basarse en transferencias monetarias, urge mejorar su distribución, pues hoy excluyen al 65 % de los hogares de menores ingresos. 10 millones de hogares de los “deciles más bajos” (I, II, III y IV) no reciben apoyos. El fracaso del “Censo del Bienestar” cobra su factura.

En la dimensión social urge (i) crear un “piso” universal de derechos garantizado, (ii) mejorar la calidad y equidad de los servicios de salud y educación; (iii) multiplicar servicios de cuidado que permitan la inclusión económica de las mujeres; (iv) promover “primer empleo” e inserción laboral de jóvenes sin estudios universitarios.

Un México sin pobreza es posible, lograrlo requiere involucrar a todos los actores con este propósito.