Chapulines y Congreso

Los recientes acontecimientos ocurridos en el Congreso de la Unión en torno a los cambios de grupo parlamentario de distintos legisladores, con el objeto de influir en la integración de los órganos de gobierno de las cámaras legislativas, pone otra vez sobre la mesa el tema del llamado “chapulineo”.

Se entiende por “chapulineo” la práctica constante de saltar de un partido a otro o, en este caso, de un grupo parlamentario a otro.

Este hábito ha sido criticado por analistas de los medios y ciudadanos. Es visto muchas veces como expresión de debilidad en los principios o búsqueda de cargos políticos sin importar la ideología, sino sólo el poder por el poder.

Es cierto que el problema de los cambios de bancada es más complejo, pues muchas veces existen rupturas reales en las fuerzas políticas, incompatibilidad de principios, desaparición de partidos, reagrupamiento de liderazgos, conformación de coaliciones gobernantes u opositoras o cambios en las definiciones de las dirigencias, que a su vez llevan a redefiniciones en las bases o cuadros medios. Todo ello conduce a la recomposición de los institutos políticos o de sus fracciones parlamentarias.

Sin embargo, como decíamos al principio, a veces se trata simplemente de cambios por conveniencia coyuntural.

De hecho, ya al principio de la actual legislatura ocurrieron una gran cantidad de cambios de bancada de muchos legisladores. Y estos movimientos tuvieron dos motivaciones diferentes. Por un lado, las coaliciones electorales habían llevado a que dirigentes de un partido, que aparecieron bajo las siglas de otro durante la campaña, pidieran regresar a su partido original. Y esto sucedió con legisladores de las tres coaliciones en las dos Cámaras Federales. Por otro lado, sin embargo, también es cierto que para darle a la bancada mayoritaria de San Lázaro la Presidencia de la Junta de Coordinación Política durante los tres años de la legislatura, se anotaron en ella legisladores de otros partidos, incluso de algunos que no habían sido sus aliados electorales.

Frente a situaciones de este tipo se han tomado medidas distintas.

Algunos órganos legislativos han definido una ruta rígida que obliga a los legisladores a formar parte permanente del mismo grupo parlamentario, en correspondencia con el partido que los postuló, impidiendo que cambien de bancada a lo largo de la legislatura.

En otros casos se permite salir de un grupo parlamentario pero no ingresar a otro. Y en otros más se toleran los cambios sólo al principio de la legislatura.

También hay esquemas que permiten cambios de bancada en cualquier momento.

No debe impedirse a un legislador cambiar de bancada. No debe obligársele a permanecer en un grupo o fuerza política con la que ya no coincide. Pero tampoco debe permitirse el movimiento repentino en los números de las bancadas con objeto de influir en la conformación de los órganos de gobierno del Parlamento.

La solución puede estar en establecer plazos precisos durante los cuales se permita formalizar cambios de bancada, así como tiempos definidos en los que esto ya no sea posible.

Asimismo, en el caso de la Cámara de Diputados debe analizarse si es necesario relacionar el principio de rotación en las Presidencias de los órganos de gobierno con la prelación de los partidos en el orden de votos obtenidos en la contienda electoral. Esto fijaría un dato objetivo que anularía dudas o controversias, e inhibiría cambios de bancada de última hora o de primer momento.