Representantes de más de 170 países se reúnen del 6 al 18 de noviembre en Sharm el-Sheij, Egipto, con el objetivo de seguir trabajando en la arquitectura global que evite que el calentamiento del planeta llegue a un punto en el que proliferen las catástrofes meteorológicas, se disparen los éxodos migratorios y estallen conflictos geopolíticos de magnitud incalculable.
Las conversaciones serán igual de ríspidas que las precedentes, desde Lima y Marrakech hasta Glasgow y Katowice, aunque en esta ocasión serán bajo la sombra de la guerra en Ucrania, la escalada inflacionaria, la escasez alimentaria y el encarecimiento de los precios de los energéticos.
Estos fenómenos de gran impacto, sumados a la crisis provocada por la pandemia de coronavirus, podrían servir de excusa para eludir responsabilidades de adaptación al cambio climático, algunas de ellas económicamente gravosas al implicar medidas de protección y reubicación, como elevar la altura de los diques o desplazar fábricas, puertos y comunidades lejos de las zonas costeras bajas y las llanuras aluviales.
Los expertos ya han comenzado a encender las alertas señalando a los países que están entrando en una espiral regresiva.
La cita en el balneario egipcio será de enorme simbolismo, a tres décadas de la Cumbre para la Tierra de Río de Janeiro, en la que los líderes mundiales dieron origen a la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático; marcará la cuenta regresiva para 2023, cuando serán examinadas las promesas realizadas por los países para reducir los efectos del cambio climático conforme al Acuerdo de País.