En la actualidad, la gran mayoría de la humanidad ha dejado atrás los días en que conseguir la comida era una lucha de vida o muerte. Los alimentos que llegan a las mesas provienen mayormente de mercados y grandes centros de abasto. En los centros urbanos del mundo, la labor de cazadores-recolectores se limita a escoger frutas, verduras y otros alimentos en estanterías impecables. Sin embargo, esta aparente comodidad no debe cegar ante la crisis socioambiental que se esconde detrás de este acto aparentemente sencillo: ¿cuál es el impacto ambiental de la producción de alimentos?
Los datos son claros y preocupantes: el 37 % de los gases de efecto invernadero liberados anualmente a la atmósfera proviene de los procesos de elaboración de los alimentos. Pero lo más sorprendente es que el 8 % de ese porcentaje se genera por alimentos desperdiciados. Esto se traduce en una cifra estratosférica, con un total de 931 millones de toneladas de comida desperdiciada anualmente en todo el mundo, equivalente al 17 % de todos los alimentos producidos globalmente.
La magnitud del problema se hace evidente cuando se indaga en las fuentes de este desperdicio. Claro, restaurantes, cadenas de supermercados y servicios de venta de comida contribuyen a esta problemática. Sin embargo, lo más alarmante es que el 61 % del desperdicio de comida ocurre en los hogares.
¿Cómo es posible que el alimento se convierta en un desperdicio que daña al planeta?
Cada vez que se tira alimentos a la basura se contribuye a la deforestación, al uso excesivo del agua, al consumo de electricidad y a la liberación de grandes cantidades de gases de efecto invernadero en la producción, distribución y almacenamiento de alimentos. Para ponerlo en perspectiva, si se desecha la mitad de unas enchiladas, también se está desperdiciando el 50 % de las emisiones que resultaron de su producción, procesamiento, embalaje, envío, almacenamiento y recolección. Toda esa energía se esfuma en la basura.
En décadas pasadas, la idea predominante era la necesidad de producir más alimentos para alimentar a una población en constante crecimiento. Sin embargo, en la actualidad, se ha cobrado conciencia de que si se evita este desperdicio, se podría paliar gran parte del hambre que afecta a más de 800 millones de personas, según un informe de las Naciones Unidas de julio de 2022.
Las soluciones deben comenzar en los propios hogares. Es fundamental reflexionar sobre los hábitos alimenticios, gestionar y optimizar el consumo. Tomando decisiones conscientes sobre qué y cuánto se consume, no solo reducir los 121 kilos que cada consumidor tira al bote de la basura en promedio al año, sino que también beneficiará al planeta y contribuirá a favor de iniciativas como el “Pacto por la Comida”, un acuerdo voluntario entre varios países, incluyendo a México, que se han sumado a los objetivos de la ONU de reducir el desperdicio de alimentos en un 50 % para el año 2030.