El peor problema

Según datos del Inegi, ofrecidos a partir de las últimas encuestas sobre victimización e incidencia delictiva, el problema que más preocupa a los mexicanos es la inseguridad. 58 % de las personas encuestadas señalaron que ese es el problema más grave que tienen, por encima del desempleo, la salud o el aumento de precios.

El 71 % de las mujeres no se sienten seguras cuando están en la calle y, en general, el 69 % de la población ni siquiera se siente segura al salir de su casa caminando de noche, aunque en algunos estados la sensación de inseguridad aumenta considerablemente: 95 % en Zacatecas, 88 % en Colima y 85 % en Puebla se sienten inseguros.

Durante 2020 hubo en el país más de 21 millones de víctimas de la delincuencia. En el 28 % de los hogares mexicanos hubo al menos una persona que había sufrido un delito en el año anterior (eso equivale a 16.4 millones de hogares). En ese año las cifras oficiales estiman que hubo 80 mil 954 víctimas de secuestro, es decir, 221 al día o 9.2 cada hora.

La enorme incidencia delictiva nos sale carísima como país. El Inegi estima que nos cuesta unos 277 mil millones de pesos anuales, equivalentes al 1.54 % del PIB de México. Con ese dinero se podrían financiar casi seis universidades del tamaño de la UNAM, ¡cada año!

Frente a esa marea delincuencial, las víctimas solamente deciden denunciar en el 10.1 % de los casos. En el 93 % de los delitos no hubo denuncia o no se inició una carpeta de investigación por parte de la autoridad ministerial encargada de investigar. Ahí empieza la pesada piedra de la impunidad.

En el 48 % de las carpetas de investigación iniciadas simplemente no pasó nada: las presuntas víctimas levantaron la denuncia y la misma fue a parar directamente al archivo oficial.

Si en el proceso electoral del 2024 hubiera alguna candidatura o algún partido que tomara en serio el tema del combate a la inseguridad e hiciera propuestas viables para ganarlo, tendría muchas posibilidades de salir victorioso. La gente está harta de vivir con la zozobra permanente de la amenaza delincuencial sobre su cuello. Lo que quieren es poder salir tranquilos a la calle, que no desaparezcan sus hijas, que no los asalten en el transporte público, que no se metan a robar a sus casas. No es demasiado pedir. Es lo mínimo que las autoridades deberían ofrecer a los habitantes del país.