En un país principalmente católico, la Semana Mayor es una de las épocas más significativas y esperadas en el año, sobre todo para quienes practican el turismo religioso.
Desde las altas montañas boscosas de Hidalgo hasta las profundas barrancas de la Sierra Tarahumara, hay cinco comunidades que llevan a cabo algunos de los ritos más singulares en el país.
Lluvia de pétalos en Hidalgo
En el Corredor de la Montaña del estado de Hidalgo, el pintoresco pueblo mágico de Mineral del Chico ocupa la parroquia de la Purísima Concepción como escenario de la lluvia de pétalos.
Según una leyenda, hace más de 150 años, el hijo de un ingeniero minero enfermó gravemente. Desesperado, el padre acudió a la parroquia para rogarle a la virgen que intercediera por el joven. A cambio, prometió que volvería cada año para llenar el templo con miles y miles de pétalos de rosas, a manera de agradecimiento.
El milagro sucedió, y el ingeniero cumplió lo prometido. Ahora, esta tradición persiste desde entonces en este pueblo de vocación minera.
Cada Domingo de Resurrección, cerca de 35 floricultores suben a los estrechos pasillos superiores del interior y exterior de la parroquia -un -edificio neoclásico de 1725-, con costales cargados de pétalos de rosas blancas, rojas y rosas. Después de la misa de mediodía se dejan caer desde lo alto, creando un espectáculo muy colorido y emotivo.
Quema de Judas en San Miguel de Allende
La Ciudad Patrimonio de la Humanidad es un destino que no pasa de moda, gracias a la belleza de sus edificios coloniales muy bien conservados, su ambiente bohemio, con extraordinarios restaurantes y hoteles pequeños con encanto.
En Semana Santa, la quema de Judas se ha convertido en un gran atractivo turístico.
A mediodía del Domingo de Resurrección, repican las campanas de la Parroquia de San Miguel Arcángel para indicar la vuelta a la vida de Jesucristo. Mientras tanto, frente al Jardín Allende y al antiguo Palacio Municipal, artesanos locales cuelgan figuras de papel maché y cartonería que representan a Judas Iscariote. En su interior se coloca pólvora para quemarlos, con la intención de purificar el espíritu y como señal de la culminación de la Semana Santa.
Tradicionalmente estas artesanías toman la figura del traidor más famoso de todos los tiempos, aunque también es muy común ver algunas con formas de diablo o personajes non gratos de la sociedad sanmiguelense y mexicana.
Fariseos y soldados en la Sierra Tarahumara
Entre barrancas y profundos cañones de la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua, habitan pequeñas comunidades rarámuris que, por su ubicación remota, aún siguen conservando rituales y tradiciones que se apegan más al paganismo.
Durante la época colonial, misioneros jesuitas se encargaron de evangelizar la región, provocando el nacimiento de un sincretismo que hasta el día de hoy se palpa en Semana Santa: Comonorirawachi, traducido como “cuando caminamos en círculo”.
Durante estos días, los indígenas de comunidades como Norogachi (cerca del pueblo mágico de Guachochi) y San Ignacio de Arareco (cerca del pueblo mágico de Creel), llevan a cabo danzas y ceremonias en las que dan vueltas en círculo, al ritmo de violines y tambores. Van ataviados con tocados de plumas y banderas que, muchas veces, muestran imágenes de santos o vírgenes.
Según sus creencias, durante esta temporada el demonio obliga a Dios y a su esposa -el Sol y la Luna- a beber tesgüino (bebida alcohólica de maíz fermentado) en altísimas cantidades, por lo que el orden del universo está en peligro y los únicos que pueden protegerlos son los rarámuris.
Tanto el jueves como el viernes santos, los pueblos celebran la danza de los pintos: los hombres decoran sus cuerpos con manchas blancas, resultado de la mezcla de cal y agua. El ritual se divide en dos “bandos”: los fariseos (aliados del diablo) y los soldados (cuidadores de Dios). Con el estómago vacío y con tesgüino como único “combustible”, bailan por largos periodos de tiempo simbolizando la lucha entre el bien y el mal.
Tendido de Cristos en Jalisco
En un inmenso y fértil valle, cerca del lago de Chapala y aproximadamente a una hora y media en auto desde Guadalajara, se encuentra la pequeña localidad de San Martín de Hidalgo. Cada Viernes Santo se lleva a cabo el “Tendido de Cristos”, una tradición única que representa el velatorio de Jesús.
Consiste en elaborados y simbólicos altares: la imagen recostada de Cristo en el centro, un petate debajo y, alrededor, elementos con mucho significado: ramas y hojas de laureles, sauces y sabinos que simbolizan el Huerto de los Olivos; pequeñas macetas con semillas de maíz o chía sembradas 15 días antes para atraer las buenas cosechas; una paloma habanera que simboliza el Espíritu Santo; una imagen de la Virgen de Dolores; tres cruces de madera (por Jesús, Dimas y Gestas), así como naranjas agrias con clavos de olor incrustados, haciendo referencia a la amargura por la muerte del hijo de Dios. A la par, se disponen de 33 veladoras, representando los años vividos de Jesús; 12 velas, una por cada apóstol; y cinco cirios, por cada herida que sufrió en su martirio.
Cada casa abre sus puertas a partir de las tres de la tarde del viernes y hasta la mañana del sábado para todos aquellos que acudan a orar. Es común que los anfitriones repartan comida típica de la región como calabaza cocida, aguas frescas, pinole y los tradicionales tamales de cuala, una especie de batido de maíz.
“Miércoles de Tinieblas” en Sinaloa
Las fértiles tierras del sur de Sonora y el norte de Sinaloa han sido habitadas históricamente por el pueblo yoreme, también conocido como mayo. En un caso similar a los rarámuris, esta etnia también celebra Semana Santa con rituales sincréticos, como el ‘Miércoles de Tinieblas’.
Este es el momento en que Jesús fue traicionado por Judas, y los soldados judíos comienzan a buscarlo. Cada Miércoles Santo, grupos de fariseos vestidos con pantalón y camisas blancas, con tiras de cascabeles en las pantorrillas, chicotes, sonajas y máscaras de madera con pelos de chivo, entran a los templos (llamados centros ceremoniales) en busca de Jesús o itom atchai (nuestro padre), y celebran un largo rezo que inicia por la tarde y termina a la medianoche.
Mientras el sol va ocultándose, conforme avanzan las oraciones, las velas al interior de las iglesias se van apagando hasta quedar en tinieblas, simbolizando el aprisionamiento de Cristo.
Por la madrugada, los fariseos se hincan y quitan las máscaras para ser “azotados” por las autoridades comunitarias, quienes también se castigan con lazos de cuero. Finalmente, durante el Sábado Santo se queman las máscaras artesanales para “destruir” la maldad de los fariseos.