Hacinamiento asfixia a cárceles de Filipinas

Los gobiernos de los países del sureste asiático se caracterizan por su tolerancia cero con las drogas. En los últimos años, los sucesivos gobiernos de Filipinas reforzaron las leyes contra los que venden y consumen todo tipo de sustancias prohibidas.

En este archipiélago, con más de siete mil islas, quien trata con estupefacientes corre el riesgo de sufrir penas severas, incluso cadena perpetua. Actualmente las cárceles están hacinadas como nunca antes y en un alto porcentaje los presos son condenados por delitos relacionados con drogas.

El Instituto Correccional de Mujeres de Mandaluyong, una ciudad al este de la capital del país, Manila, es una de las dos prisiones para mujeres de Filipinas. La otra se encuentra en la ciudad de Davao.

Se está construyendo una tercera cárcel en la ciudad de Mindoro, que estará activa en unos pocos meses. Así, serán tres las instituciones donde estarán encarceladas las detenidas de un país, que cuenta con más de 100 millones de habitantes.

Neil Buot es el inspector general y responsable de seguridad del centro de Mandaluyong: “Somos optimistas. El Congreso está votando un proyecto de ley para asignar tres mil millones de pesos (unos 56 millones de dólares) anuales durante cinco años para mejorar y ampliar las instituciones penitenciarias existentes”.

Buot y sus subordinados siempre tienen cosas por hacer. Gestionar una prisión con tres mil 93 reclusas, pero que en realidad fue diseñada para mil 525, no es tarea fácil. “El hacinamiento es el problema número uno. Luego viene la escasez de personal”, explica.

De acuerdo con las normas internacionales, debe haber un guardia por cada nueve People Deprived of Liberty (PDL), o persona privada de libertad, el nombre oficial con el que se denomina a los presos.

Sin embargo, en Filipinas “tenemos uno por cada 27 personas. También falta personal especializado, como psicólogos y profesores”.

El hacinamiento de las prisiones filipinas, asegura Buot, tiene un culpable: el shaboo o cristal meth, una metanfetamina hasta 10 veces más potente que la cocaína y muy extendida en la región por su bajo costo.

En lugar de centrarse en las políticas sociales para ayudar a las personas más vulnerables y prevenir, Rodrigo Duterte, que llegó a la presidencia hace poco más de dos años, prefirió el camino de la represión.

Al igual que en las otras prisiones de Filipinas, también en Mandaluyong los dormitorios son la parte más característica. Hay camas de hierro coloreadas una encima de la otra. En las habitaciones la regla número uno es aprovechar todos los centímetros disponibles.

Pero el espacio es insuficiente para las tres mil 93 reclusas, por lo que en muchos colchones individuales tienen que dormir dos personas juntas. A esto hay que añadir que las internas tienen que guardar los pocos bienes de los que disponen a los pies o a la cabeza del colchón.

A las 10 se cierran las puertas de los dormitorios, se apagan las luces y debe respetarse un silencio absoluto.

De repente se oye la voz de una chica que, gritando, dice en un excelente inglés: “Así toda la vida por un gramo de shaboo”. La salida de tono provoca una amarga risa general a la que las carceleras no pueden resistirse.