El regalo que recibió Esveidi el Día del Niño fue conocer la calle por primera vez. Hace un mes la sacaron del Reclusorio Femenil Tepozanes y le mostraron un pedacito de realidad. La pequeña, con casi dos años, no conocía perros, gatos ni árboles. Mucho menos sabía que afuera de la fortaleza donde vivía había tantas mujeres y hombres.
Su destino se decidió dos años atrás, cuando la policía capturó a su mamá. Carolina había robado algunos autos y debía pagar. Un par de días después supo de su embarazo y tomó la decisión de inmediato: «Quise quedarme con Esveidi porque no quería estar sola».
Los miembros de la organización social Reinserta fueron quienes sacaron a Esveidi y a otros seis pequeños de su encierro. Los llevaron al Papalote Museo del Niño, pero después los regresaron a sus celdas. Con el fin de alejarlos del ambiente carcelario, la psicóloga y directora de la fundación, Saskia Niño de Rivera, intervino en la prisión de Tepozanes creando un área materno-infantil, una guardería, una sala de juegos y celdas especiales para los menores.
Las autoridades de esta cárcel contactaron a Reinserta cuando el edificio estaba en obra negra. Querían cumplir con la Ley Nacional de Ejecución Penal, la cual obliga a las prisiones del país a modificar sus instalaciones si hay niños viviendo allí, para fomentar el desarrollo de los pequeños en sus primeros años.
En noviembre próximo es la fecha límite para acatar lo dictado por la ley, pero especialistas aseguran que son pocas las cárceles que cumplieron el mandato, aunque el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) contabilizó a 542 menores de seis años viviendo con sus madres reclusas hasta 2016. Esos menores de edad residen en 214 prisiones, es decir, en más de 50% de las cárceles de México, según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Reinserta ha recorrido distintos centros de reclusión en la República, pero Saskia Niño de Rivera asegura sólo haber encontrado voluntad de crear espacios infantiles en la CDMX, Estado de México, Guerrero y Sinaloa.
Sofía Cobo, investigadora del Instituto Nacional de Ciencias Penales, añade que “se deben formar grupos de trabajo entre las instituciones corresponsables, sociedad civil e instituciones privadas para hacer cumplir la ley.
Carolina así lo pensó y decidió tener a su hija en el penal: “Antes yo estaba en las drogas, pero cuando te conviertes en madre te vuelves más responsable”.
Vivir en la cárcel con un hijo es una simulación de la realidad. Carolina cuenta que despierta en la mañana, baña a Esveidi y le dice: “Vente, vámonos, ya es hora de ir a la escuela”. Después la deja en la guardería del penal y cuando por fin le regresan a su pequeña, la lleva a su celda para esperar la hora de la comida.
Las reclusas tienen derecho a la custodia de sus hijos hasta cierta edad, la CDMX permite a las madres tener a sus pequeños hasta los seis años, pero desde noviembre abandonarán las cárceles a sus 36 meses. Sólo quienes padezcan una discapacidad podrán permanecer más tiempo. El resto, cuando el tiempo expire, deberá irse con un familiar, a una casa hogar o al DIF.
Carolina ahora piensa que el exterior es un mejor mundo para su niña: “A mí sí me gusta la idea de que a los tres años los niños deban salir. Ellos son inocentes, no deberían estar aquí”.