La COP30, la conferencia climática más importante del mundo comenzó esta semana en Belém, Brasil, en el corazón de la Amazonía.
Cada año, representantes de casi 200 países se reúnen bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) para negociar cómo frenar el calentamiento global.
Pero esta vez, un hecho histórico marcó el inicio de la cumbre: Estados Unidos, el mayor emisor histórico de gases de efecto invernadero, no envió delegación alguna.
Por primera vez desde que existen estas conferencias, el país más poderoso del mundo y uno de los principales responsables de la crisis climática no está presente en la mesa.
La decisión llega después de que el presidente Donald Trump firmara, en enero pasado, una carta dirigida a la ONU para iniciar el proceso de salida del Acuerdo de París por segunda vez. Aunque la retirada aún no se ha concretado, la Casa Blanca confirmó que ningún alto funcionario estadounidense asistirá a la cumbre.
En la práctica, esto coloca a Estados Unidos en una lista reducida junto a Afganistán, Myanmar y San Marino: los únicos países sin delegación registrada para esta COP. En contraste, 193 países y la Unión Europea enviaron representantes.
La ausencia estadounidense ha generado preocupación, pues sin su participación resulta más difícil alcanzar acuerdos globales en temas como financiamiento, energía y cooperación tecnológica.
Aun así, la COP30 no se detiene. Más de 56 mil personas se registraron para asistir, convirtiéndola en la segunda cumbre climática más grande de la historia, solo detrás de la celebrada en Dubái (COP28).
México participa con una delegación de 74 personas, según las cifras de Carbon Brief representantes de distintas secretarías -como Energía, Semarnat y Relaciones Exteriores-.
Más allá de los números, la ausencia estadounidense envía una señal política y moral preocupante. En un momento en que el planeta ya supera 1.4 °C de calentamiento sobre los niveles preindustriales, no participar equivale a ignorar una crisis que afecta a todos.
Mientras tanto, América Latina intenta llenar el vacío de liderazgo. Brasil busca convertir la COP30 en la “cumbre de la implementación” del Acuerdo de París; Colombia, Chile y México presentan compromisos más ambiciosos; y los pueblos indígenas de la Amazonía, que protegen más del 80 % de la biodiversidad, exigen que se les escuche en la toma de decisiones.
Las cumbres climáticas existen porque ningún país puede resolver solo una crisis global. Por eso, la ausencia de Estados Unidos pesa más que su presencia silenciosa: debilita la cooperación y manda el mensaje de que el multilateralismo es opcional. Pero el clima no espera, ni reconoce fronteras.
La COP30 comenzó en la Amazonía, el pulmón del planeta, con un mensaje claro: el futuro no puede depender de quienes eligen no asistir.
Las decisiones que se tomen -o no- en Belém marcarán el destino de una generación que ya vive las consecuencias de un mundo que se calienta más rápido de lo que negocia.












