El maíz no solo es un alimento, es un símbolo de identidad, de nuestras raíces y de la riqueza cultural que define como nación. Reconociendo esta realidad, el Senado mexicano ha tomado medidas decisivas para proteger a los maíces originarios.
El Popol Vuh, texto sagrado de los pueblos mayas, recuerda que “el hombre fue hecho de maíz”. Esta frase encapsula la esencia de la conexión con esta planta ancestral. Al proteger las variedades de maíz originarias, no solo se defiende la biodiversidad, sino también la memoria colectiva y el patrimonio cultural.
Pareciera que una de las pocas cosas sobre la que los mexicanos pueden -todavía- construir democráticos consensos y no aplastantes mayorías es la protección de las 59 razas de maíz nativas del país. Sin embargo, el peligro del monocultivo en la vida pública subsiste, y esta vez quien apuesta al monocultivo democrático, a la semilla transgénica política, a volverlo todo uniforme se llama Morena.
La intención de imponer una sola variedad de democracia en todo el país es peligrosa y problemática.
Así como un cultivo uniforme es vulnerable a plagas y enfermedades, la democracia también puede enfermarse fácilmente. Si una democracia es clonada en todo el territorio nacional, según los designios y el ADN de una camarilla en el poder y sus caudillos, la fragilidad ante enfermedades del sistema político se vuelve enorme: hablamos del narcotráfico, el crimen organizado, el nepotismo y la corrupción rampante, por ejemplo.
Este riesgo no es un mero escenario intelectual. Figuras que hacen cálculos geopolíticos brutales, como Donald Trump, han señalado la realidad de la crisis de seguridad y gobernabilidad en el país.
La falta de pluralidad y diversidad en el sistema democrático no solo debilita las instituciones, sino que también abre la puerta a que una vez que el grupo monolítico en el poder es capturado por delincuentes o por el nepotismo, todo el país, con su economía e instituciones, se enferma, tal y como pasa con los monocultivos fabricados en laboratorio.
Hay que comprender que la variedad de maíces que se cultiva es reflejo de la pluralidad y la riqueza democrática que México necesita. Es inconcebible que un país con tantos paisajes, lenguas, sabores y tradiciones pueda ser uniformado con una sola semilla autocrática, con un solo método de soluciones políticas, económicas y públicas para todo.
En tiempos de incertidumbre, el maíz se erige como un símbolo de resistencia. Al defenderlo, se defiende no solo las tradiciones, sino también el tejido mismo de la sociedad.
Por eso, no es insólito el argumento que invoca el ejemplo del maíz como una señal paradigmática que marca el camino de diversidad y pluralidad democrática que el país demanda, porque esa es la única vía que verdaderamente responde al alma mexicana.
Que no den atole con el dedo (para seguir hablando de los productos del maíz), las mayorías maquiladas por Morena no nos hacen fuerte, sino débiles; la fuerza no viene de eliminar las expresiones diversas, sino de ser capaz de unificar sin uniformar. Los mexicanos son granos de muchas mazorcas y eso es lo que los hace grandes.