En Ginebra, después de diez días de negociaciones, el mundo volvió a quedarse sin un acuerdo para frenar la crisis del plástico. La quinta sesión del Comité Intergubernamental de Negociación (INC-5), creada por la ONU para elaborar un tratado global jurídicamente vinculante contra la contaminación por plásticos, se perfilaba como el acuerdo ambiental más importante desde París.
Pero terminó en un texto débil, sin límites a la producción ni compromisos claros, frenado por la oposición de Estados Unidos, Arabia Saudita, Rusia e Irán.
En el Palacio de las Naciones, más de 2 mil 600 personas -delegados de 183 países, sociedad civil, científicos, artistas y comunidades insulares- presenciaron cómo el reloj se agotaba sin consenso para enfrentar una contaminación que ya está en los océanos, en la tierra y en nuestros cuerpos.
Lo más duro no fueron las posturas encontradas, sino el contraste entre la urgencia y la inacción. Afuera, jóvenes, pueblos indígenas y recicladores exigían “¡El tratado sobre plásticos no está a la venta!”, mientras adentro, las banderas se levantaban una y otra vez para objetar el texto del presidente de la sesión.
México, junto con 94 países, respaldó una postura firme: eliminar los plásticos y químicos más dañinos, incluir límites vinculantes a la producción y asegurar financiamiento para que todos los países puedan implementar las medidas.
La delegación mexicana mantuvo coordinación estrecha con países del Sur Global y apoyó los llamados a cerrar las lagunas legales que favorecen a la industria.
El borrador final dejó fuera lo que muchos países consideran no negociable: reducir la producción, eliminar químicos peligrosos y poner fin a subsidios que perpetúan el problema. África, el Caribe, islas del Pacífico y la Unión Europea insistieron en que sin atacar la raíz -los 460 millones de toneladas de plástico que producimos al año- no hay salida posible. Menos del 9 % se recicla; el resto termina en vertederos, incinerado o en el mar, degradándose en microplásticos que ya se ingieren en agua, comida y aire.
Tres años atrás, en la Asamblea de la ONU para el Medio Ambiente, los países prometieron “vencer la contaminación por plásticos”. Hoy, esa promesa peligra.
La OCDE prevé que el uso de plásticos casi se triplique para 2060 si seguimos igual. Para muchos Estados insulares, esta negociación es una cuestión de supervivencia: proteger el océano, los medios de vida y el futuro de sus hijos.
La sesión cerró sin fecha para retomar las conversaciones. Este fracaso parcial no es el final. Es el punto de partida para volver más fuertes.
La ciencia y la justicia urgen a cortar de raíz la producción excesiva, limpiar lo que ya ahoga y asegurar los fondos que permitan hacerlo. Gobiernos, empresas y ciudadanía pueden actuar desde ahora: reducir el consumo, exigir regulaciones estrictas y cerrar la puerta a subsidios que prolongan el problema.
Si el mundo cumple su promesa dependerá de que, la próxima vez, nadie olvide que no se negocia con la física, la química ni con los océanos.