La participación de la presidenta Claudia Sheinbaum en la Cumbre del G7 no fue solo un gesto diplomático, sino una decisión política cargada de sentido.
En un momento global marcado por tensiones geopolíticas, reacomodos estratégicos y una economía incierta, su presencia envía una señal clara: México está dispuesto a retomar un papel activo en la conversación internacional.
Por primera vez, México fue invitado a esta cumbre. La relevancia de ese hecho no es menor. El G7 reúne a las principales economías del mundo y ha sido históricamente un espacio cerrado, reservado a potencias consolidadas. Ser parte de ese encuentro, aunque como invitado, representa un reconocimiento al peso estratégico de México.
Quizá no fue una decisión sencilla. Internamente, seguramente hubo dudas, reservas y voces críticas. La idea de acudir a un foro de este nivel pudo parecer arriesgada.
Pero justamente por eso, la decisión cobra mayor valor, ya que implicó asumir costos políticos y romper inercias para proyectar una postura de apertura, diálogo y visión de Estado.
Aunque no se concretó la esperada reunión con Donald Trump -uno de los objetivos del viaje-, la razón fue externa: el presidente regresó antes de lo previsto a Estados Unidos debido al agravamiento del conflicto en Medio Oriente.
Tal vez, incluso, fue lo mejor. Trump enfrenta en estos momentos múltiples presiones que habrían complicado el tono y la profundidad de cualquier conversación.
Aun así, la visita fue fructífera. La presidenta sostuvo encuentros con líderes internacionales y con el sector privado canadiense, dejando claro que la atracción de inversiones es una prioridad en su administración. El mensaje es consistente con lo que ha expresado en casa: crecimiento económico con estabilidad y certidumbre.
Fue particularmente relevante su primer acercamiento con el nuevo primer ministro canadiense, Mark Carney. En la antesala de la revisión del T-MEC, construir una relación sólida con uno de los actores clave del acuerdo comercial es una jugada estratégica. Generar confianza desde el inicio, alinear prioridades y fortalecer el canal bilateral será fundamental para lo que viene.
Más allá del contenido específico de la agenda, la imagen de Sheinbaum en el G7 tiene también un peso simbólico. En un entorno donde las mujeres líderes siguen siendo pocas, su participación envía un mensaje poderoso: México no solo está presente, sino que lo hace con una voz distinta, que abre una nueva etapa en la forma de hacer política exterior.
Este episodio recuerda que la política no termina en las fronteras. Gobernar también es saber estar en el mundo, construir alianzas, abrir espacios y representar al país con inteligencia. En ese sentido, la decisión de asistir al G7 no solo fue acertada: fue necesaria.
En tiempos de escepticismo y polarización, este tipo de gestos ayudan a reivindicar la política como un ejercicio de responsabilidad y visión. Porque estar, cuando se está con propósito, también es una forma de gobernar.