Las cárceles en pandemia

2020 marcó al mundo. El año que comienza deberá ser mejor, aunque arrastra los restos del año que se fue.

En las cárceles del país, la de por sí dura realidad, fue todavía más compleja. El sistema, poco funcional, se confrontó de nuevo, con la gran lección de que, si solo se soluciona el problema superficialmente, esperando que no explote la olla, la olla eventualmente explotará.

En muchos estados así fue. Las rebasadas cárceles del país —salvo excepciones—, que de por sí están soportadas con alfileres, no estaban ni medianamente preparadas para hacer frente a una emergencia sanitaria como la actual.

Tratar de cerrar las puertas de las prisiones en marzo del año pasado fue prácticamente imposible. Las visitas conyugales son sagradas; el sistema cuenta con la comida que los familiares le llevan a sus seres queridos, ya que no tiene los recursos para subsanar el alimento del 100% de la población; y las cuotas de “mordidas” para entrar a ver a un ser querido forma parte de un sistema corroído.

Prohibir de tajo los ingresos a las cárceles, fue un “privilegio” que solo pueden darse el 20% de las entidades que tienen control de sus cárceles. El otro 80%, tuvo que ponerse a negociar con los internos y el personal administrativo y de seguridad.

Cuando las negociaciones avanzaron, el virus ya había encontrado lugar dentro del sistema penal arrasando con la vida de aquellos cuya salud llevaba años deteriorada; olvidada por las secretarías de Salud locales que, rebasadas casi todas, descartaron por completo la posibilidad de ayudar a los “delincuentes”.

Los custodios y custodias empezaron a perder la vida también. Ir y venir de sus casas, la mayoría, en transporte público, los expuso y exhibió otra enorme falla del sistema penitenciario: el personal está mal pagado y desprotegido.

Hay una diferencia significativa entre los decesos e índice de letalidad, dentro y fuera de la cárcel. Al interior, mayor, desde luego. Las personas privadas de la libertad, sus familias, el personal administrativo y de seguridad fueron olvidados por las instituciones. Mientras en diferentes partes del mundo se compensó el trabajo extraordinario de las fuerzas policiales, aquí entre las organizaciones de la sociedad civil enviaron lo mínimo: cubrebocas para toda la población (empezando por las autoridades), por ejemplo, ya que protegerlos no fue prioridad.

Algunas entidades lograron acuartelar a los y las custodias entendiendo que sin ellos no era posible mantener la tranquilidad de las cárceles. Las autoridades sabían que, de seguir aumentando los casos, el personal de seguridad y administrativo sería el primero de seguir con las indicaciones de “quédate en casa» y hoy se estaría conociendo otra historia.

Fue un año duro. Cada quien luchó y muchos hicieron lo que pudieron con lo poco que tienen. El 2020 se queda en la historia. Los hijos y nietos leerán esto en sus libros académicos y las y los que lo vivimos nos quedaremos marcados de por vida. Son lecciones infinitas las que se aprendieron y llevamos, pero todas se quedarán en la utopía si no se sabe aplicarlas. El Covid-19 vino a exhibir en todo lo que no se está haciendo bien, y esa debe ser la lección que trascienda para que se rompan con patrones que impiden sacar este país adelante. Cada quien desde su trinchera y con su lucha. Que el 2020 se quede en la memoria como la lección más grande de la historia, y recordemos siempre.

Para esas custodias, para esos custodios, para todo ese personal administrativo, para las y los policías de este país que salieron y no dejan de salir arriesgando sus vidas y las de sus familias se les debe dar las gracias.