Las ciudades mexicanas muestran hoy la suma de los problemas que temían al finalizar el intervencionismo estatal, y los que les añadió el neoliberalismo, sin que la “cuarta transformación” los haya resuelto, ni proponga solucionarlos en el futuro con recetas que haya comunicado.
En los años ochenta del siglo pasado se señalaba sus problemas: gigantismo, desigualdad social, desempleo, pobreza, penuria de vivienda y servicios sociales para los sectores populares, autoconstrucción y movimientos urbanos reivindicativos alternativos, dominio del automóvil privado, contaminación ambiental, desorden y ausencia de planeación urbana, entre otros.
A estos problemas el neoliberalismo, como patrón hegemónico de acumulación de capital, añadió la privatización y mercantilización de lo urbano, la dispersión territorial, el dominio del capital inmobiliario-financiero en la construcción de la vivienda de interés social en la periferia y en la “renovación” de áreas centrales adquiridas en el mercado o despojadas a los sectores de bajos ingresos a los que reemplazan los de altas rentas, la presencia creciente de las plataformas electrónicas en el funcionamiento capitalista, la alternancia entre gobiernos “progresistas” y de extrema derecha, el desencuentro entre el intervencionismo estatal y el libre mercado —entre el keynesianismo estatal reimplantado y el neoliberalismo en las estructuras socioeconómicas reales—, la deslegitimación de la planeación ante el protagonismo del mercado, y la violencia urbana creciente.
Todo ello en medio de un dominio capitalista vigente en la legislación y la realidad, que la “4T” no acepta ni ha abordado en los cambios legales permitidos por su “mayoría absoluta” legislativa porque nunca estuvo en su “proyecto de nación”, porque no es parte de su “humanismo mexicano” (¿), porque no lo permiten los panistas, priistas, “verdes” y del “Trabajo” en sus filas, y por las posibles intervenciones de los milmillonarios locales o los vecinos del norte gobernado por el ultraderechista e intervencionista, Donald Trump; en una palabra, por su creencia en que su “transformación” no incluye el cambio del capitalismo, pues “no sería el momento” para sus integrantes “de izquierda”.
Para complicar los problemas, se tiene el predominio de la arquitectura posmoderna, que llena a las ciudades de torres verticales de oficinas y viviendas de lujo en renta o venta, sin que sus gobiernos locales, dominantemente de la 4T, hayan resuelto las necesidades de infraestructuras y servicio públicos, dejando prevalecer la “teoría” de la cobija para que al estirarla cubra aún más a las capas adineradas, descobije aún más a los pobres, ya bastante afectados por las carencias históricas.
Los dirigentes de la “4T”, desde que gobernaban como Partido de la Revolución Democrática —2000 a 2006— siempre tuvieron predilección por la política de producción de vivienda para los sectores de mayores ingresos de los 2 y 1/2 veces el salario mínimo, pero las ciudades —o más exactamente sus sectores populares— sufren de múltiples problemas y contradicciones urbanas que la atención a la penuria de vivienda no resuelve ni abarca.