México y el efecto Evo Morales

En las primeras horas de este martes llegó a México el derrocado presidente boliviano Evo Morales. Atraerá protestas en su contra y manifestaciones de adhesión. Catalizará algunas de las tensiones y estridencias que nos tienen secuestrados desde hace años como sociedad. Pero lo relevante serán las lecciones que traerá para el país y para la región latinoamericana toda. De que las aprendamos dependerá que no caigamos en el tobogán del pasado creyendo que construimos el futuro. 

Es difícil establecer el orden de los factores que han hundido a Bolivia en la actual crisis que la hace asomarse a un periodo de volatilidad con alto riesgo de violencia generalizada. Está a la vista un gobierno, el de Evo Morales, que torció todos los canales de legitimidad constitucional e institucional, lo que desembocó en un golpe de Estado con la participación del ejército, la policía y, sin duda alguna, la Casa Blanca, como quedó claro con los mensajes del presidente Trump.

El presidente boliviano encarnó durante casi 14 años la polarización política, racial y de clase social en su nación. En el barullo de este momento pocos recordarán y menos reconocerán que en dicho periodo la economía de ese país mejoró, lo mismo que sus niveles de salud, educación y disminución de pobreza, al tiempo que se defendían sus recursos naturales, históricamente saqueados incluso por naciones cercanas como Brasil y Argentina.

La defenestración de Evo Morales, empujado a la renuncia y el exilio (pertinentemente otorgado por México, lo que quizá colabore a una transición menos enconada), simboliza el principio del fin de los regímenes en los que un gobernante se presentó a sí mismo como imprescindible para una nación entera; que manipuló recursos públicos a fin de subsidiar programas de clientelismo, y aprovechó su base popular para desmantelar instituciones diseñadas con el propósito de ser contrapesos del poder presidencial, en particular los jueces, el Congreso, las entidades electorales y la prensa.

Ese modelo, con matices tropicalizados, se decantó hace 60 años en Cuba, se exportó a Venezuela, luego a la propia Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Es el concepto que genera ensoñación en el kirchnerismo recargado que asumió el poder en Argentina a través de Alberto Fernández, quien estuvo hace unos días en México en extraña coincidencia con Rafael Correa, el ex presidente de Ecuador. Ambos aprovecharon su estadía para hablar de un “frente progresista”, de confronta con Estados Unidos, lo que fue aplaudido desde Caracas por ese caricatura de gobernante que es Nicolás Maduro.

No hay indicio alguno, antes al contrario, de que el interpelado, el presidente Andrés Manuel López Obrador y su gobierno, hayan establecido compromiso alguno con este bloque de personajes. Lo ocurrido en Bolivia deberá razonablemente profundizar la distancia de Palacio Nacional sobre esa visión. 

El desafío para López Obrador radica ahora en cómo administrar los impulsos de endurecimiento que florecen en el entorno de su equipo de trabajo (que manifestó su estridencia con el tema Bolivia), y confecciona una propuesta propia, con énfasis social, de ruptura con el pasado pero que lo aleje del voladero en el que han empezado a caer los demagogos autoritarios que se presentaron como indispensables para la salvación de sus respectivas patrias.