El pasado viernes, dentro de la Cámara de Diputados, la Comisión de Puntos Constitucionales aprobó en lo general el dictamen de la reforma que plantea la desaparición de órganos autónomos como el Cofece, IFT, INAI y el Coneval.
Estos últimos han servido para poder hacer incidencia basada en evidencia y desarrollar políticas de atención hacia temas tan urgentes como la pobreza extrema, por ejemplo.
La desaparición de estos organismos representa un peligro para una parte importantísima dentro de la definición de la democracia: la rendición de cuentas.
En la defensa a estos organismos resalta una frase: lo que no se mide no se puede mejorar. Y del otro lado, resurgió ese mantra que repite la “oposición” a borbotones: disfruten lo votado.
Sobre la frase “disfruten lo votado” se sostiene un ánimo antidemocrático. El voto no es un cheque en blanco que otorga poder absoluto e irrestricta fidelidad.
Al contrario, es vital implementar y fortalecer mecanismos de rendición de cuentas y transparencia que aseguren que el Estado actúa en beneficio de la población y no de intereses particulares. La democracia requiere una vigilancia constante y un compromiso activo por parte de las personas ciudadanas.
La democracia, en su esencia, es mucho más que votar; es un proceso continuo de construcción colectiva. En ese proceso de construcción colectiva se enraízan emociones que movilizan la política. Salir a las calles para manifestarnos es, también, un fortalecimiento de la democracia. No se termina en las urnas.
Es curioso ese desfile de afectaciones y emociones que surgen a partir de momentos como este. Una necesidad de colocarse en un lugar definitivo para no moverse nunca de ahí: estás con ellos o estás con nosotros. Una imperiosa obligación de la dicotomía blanco y negro.
“Hazte responsable de tu voto”, dicen algunos comentarios en redes sociales. Pareciera que está prohibido tener criterio. El criterio se entiende, más bien, como la negación de los matices desde afuera que coloca a las personas en la tibieza.
Y aquí es donde, parece, se hace presente aquello que no ha entendido la “oposición”: las emociones de las personas. Históricamente, la creación de la alteridad social confiere extrañeza o marginalidad.
La subordinación a partir de los afectos confiere muchas veces el ambiente idóneo para la creación de verticalidad y poder.