La escuela no es simplemente un lugar donde se acumula información o se cumplen horarios, no deben ser guarderías ni lugares de paso entre la familia y la sociedad.
John Dewey afirmó que “la educación no es preparación para la vida; la educación es la vida misma”. Esta frase invita a mirar la educación con una nueva perspectiva, profunda y humana.
Las escuelas son la sociedad misma, un espacio donde niñas, niños y jóvenes desarrollan las habilidades, valores y capacidades necesarias para vivir con sentido, responsabilidad, ética y bienestar.
En la escuela no solo están maestros y alumnos, sino también familias enteras, con sus creencias, tradiciones y formas únicas de ver el mundo.
Esta diversidad exige construir una convivencia basada en el respeto y la tolerancia, reconociendo que cada persona es un legítimo otro, base fundamental para cualquier convivencia social. Sin esta aceptación, la sociedad no puede funcionar ni crecer.
La educación verdadera es un proceso que une lo interno con lo externo, lo individual con lo colectivo (ser/estar/hacer). Su objetivo debería enfocarse en ayudar a cada persona a responder preguntas esenciales: ¿Quién soy? ¿Cuáles son mis pasiones, talentos y vocación?
Sin embargo, lo que muchas veces se ofrece es una escolarización limitada, centrada en cumplir programas, calificaciones, horarios y exámenes, que no fomenta el desarrollo integral ni el pensamiento crítico.
Hoy, la educación enfrenta el desafío de integrar el mundo académico con el emocional, lo técnico con lo humano. Se necesita un cambio de paradigma que supere la lógica de la competencia y el rendimiento, y dé paso a una formación más integral, más conectada con la realidad y con las necesidades del siglo XXI.
Del conocimiento académico con el desarrollo socioemocional y físico para formar personas capaces de vivir con plenitud en un mundo complejo y en constante cambio.
Los niños y jóvenes necesitan vivir experiencias reales, seguras y enriquecedoras, donde puedan aplicar lo aprendido y crecer en un ambiente natural y confiable.
No se trata de hacer reformas superficiales o rápidas, sino de transformar radicalmente el paradigma educativo. Se debe superar la lógica de la competencia, el estrés y el individualismo que tanto daño han hecho este paradigma eficientista, para construir una educación basada en el humanismo, la interculturalidad, el cuidado del planeta, la salud, el arte, el juego y la ética.
La Nueva Escuela Mexicana representa esta visión esperanzadora. Pero no basta con la intención: el cambio debe hacerse realidad en las aulas, en las comunidades y en cada experiencia de aprendizaje. Solo así se formará personas competentes para la vida, capaces de tomar decisiones conscientes y responsables.
La educación es, y debe ser, la vida misma. Es hora de transformar la educación y la escuela, y está en manos de todos.












