RIP Fonatur

En fechas recientes se dio a conocer el traslado de funciones y activos del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) a algunos estados. Con ello empieza lo que parece el fin de esta agencia del Estado; ciertamente, las capacidades y posibilidades del Fonatur fueron menguando y, desde hace varios sexenios, dejó de ser un factor relevante en la instrumentación de la política turística, limitando su actuación, en buena medida, al mantenimiento de un puñado de destinos turísticos, entre los que sobresale Cancún.

Al cierre de 2023, la balanza turística del país reportará un saldo positivo de más de 21 mil millones de dólares. No parece excesivo asumir que casi dos terceras partes de esos recursos se derivan de la actuación del Fonatur en Cancún, con un efecto de arrastre hacia la Riviera Maya; en San José del Cabo, con incidencia en el corredor entre ese punto y Cabo San Lucas, y en parte del sur del estado de Nayarit, en Riviera Nayarit.

No sobra recordar que el origen de los denominados Centros Integralmente Planeados (CIP) se debe a una intervención de política pública detonada desde el Banco de México que, a la postre, daría origen al Fonatur que, paradójicamente, en este año cumple —o mejor dicho, ¿cumpliría?— 50 años.

Quienes tienen contacto con el sector turístico creen que el funcionario cuyo trabajo más ha contribuido al despegue de este sector en el país ha sido Antonio Enríquez Savignac quien, incluso, llegó a secretario general de la Organización Mundial del Turismo.

Sin duda, la desaparición del Fonatur es una muy mala noticia para el turismo mexicano; sin embargo, de ninguna manera puede adjudicarse por completo al actual gobierno.

Además de que el Fondo vio reducidas sus capacidades y fue víctima de reiteradas crisis de finanzas públicas, por lo que en algún momento perdió el rumbo y migró su potencial papel de detonador del desarrollo, al de una agencia inmobiliaria y de servicios municipales que difícilmente justificaba su existencia.

Las ya mencionadas cifras de divisas son prueba de lo adecuado de contar con un instrumento de esta naturaleza. No obstante, al paso del tiempo el objetivo secundario de su existencia —activar la economía de la península de Yucatán, generando desarrollo— se convirtió en un propósito mucho más estratégico y, por tal razón, Fonatur deja un hueco que los futuros gobiernos deberían ser capaces de entender y, por supuesto, de llenar.

El gran problema es que hoy México sigue cosechando lo que, en su momento, sembró Fonatur. Pero del otro lado no se está sembrando lo que debería apuntalar el desarrollo turístico de aquí a unos 20 o 30 años.

Sin la actuación del Fonatur, el desarrollo social y económico que podría detonar el Tren Maya o el potencial que todavía representan Huatulco y muchos lugares más, parece difícil de alcanzarse. Hoy, un Fonatur robusto podría encabezar la reconstrucción de Acapulco.