Si un soldado quiere matarte, no protestes
Bronislaw llegó a México en 1960, en donde abrió una pastelería. El Universal

Con nueve años, Bronislaw Zajbert no tenía un juguete para entretenerse y debía trabajar para sobrevivir. Cada mañana sus padres le hacían un recordatorio: “Si un soldado te agarra en la calle y quiere matarte, no tienes derecho a reclamar o protestar”.

La vida del joven polaco cambió drásticamente desde los primeros días de septiembre de 1939, cuando el ejército nazi invadió la ciudad de Lodz. “En un inicio nos quedamos ahí sin problema, pero en los siguientes días [los nazis] ponen leyes contra la población judía; una de estas es que todos debíamos trasladarnos a un gueto rodeado de alambres con púas”, relata Bronislaw en la Ciudad de México, donde hoy reside.

El gueto, donde se estima que más de 200 mil judíos habrían sido encerrados, se constituyó en una de las zonas más pobres de Lodz. Ahí se crearon fábricas y compañías dedicadas a la construcción de muebles y textiles, con jornadas laborales de hasta 12 horas al día.

Bronislaw recuerda el miedo constante que se vivía en ese espacio, especialmente cuando el gobierno del gueto -judíos elegidos por los nazis- obligaba a todos a salir y elegía a las personas que serían trasladadas a otro “centro de trabajo”.

“Cuando se llevaban a uno de mis familiares era tristeza, no sabíamos adónde se los llevaban. Como siempre decían que iban a otro lugar de trabajo pensábamos que ojalá allá estuvieran mejor, pero semanas después se supo que los llevaban a campos de exterminio”.

Bajo el régimen nazi, Bronislaw vivió con miseria, hambre, frío y enfermedades. Su familia logró permanecer en Lodz por suerte, hasta que el ejército ruso logró su liberación en 1945.

“Dos o tres días antes comenzamos a escuchar bombardeos, disparos de cañones y nos dimos cuenta de que ya venían las tropas rusas y polacas. Para ese entonces sólo quedaban unos cientos de los miles que estábamos en el gueto. Esa noche nos escondimos porque supusimos que los alemanes nos iban a matar antes de la llegada de las tropas. De repente empezamos a escuchar gritos en la calle: ‘¡Estamos libres!’, gritaban, y vimos pasar tropas rusas y polacas en las calles. En verdad, éramos libres”.

Acostumbrarse a la libertad fue un reto duro para el joven, quien vivió dos años más en Lodz para después viajar a Venezuela con sus padres y hermano.

“Salimos de Polonia porque mis padres ya no querían vivir donde pasaron tantos años terribles, tenían muchos recuerdos malos. Además en aquel entonces el gobierno polaco era un gobierno impuesto por Rusia, era un gobierno comunista y mis papás fueron notando ciertas limitaciones”, cuenta.

Luego de Venezuela, Bronislaw viajó a Estados Unidos para hacer su universidad en Ingeniería en Alimentos. Llegó a México en 1960 y fue aquí donde conoció a su esposa. Abrió una pastelería, Hannah, para diabéticos en la colonia Roma. Actualmente tiene un hijo y una hija, seis nietos y un bisnieto. A todos ellos les cuenta cómo sobrevivió a uno de los mayores genocidios de la historia.