Sin mujeres no es posible la democracia

La democracia es una forma de gobierno y de vida que, al menos en teoría, genera condiciones de igualdad entre todas las personas que pertenecen a su sociedad. La democracia se legitima con la participación de la población a través de elecciones periódicas que permiten la renovación pacífica del poder público.

La democracia se funda, en términos de lo expresado por Bobbio, en los cimientos de los derechos, ese conjunto de reglas procesales que permiten la toma de decisiones colectivas que propician la más amplia participación de todos y todas con lo que la sociedad adquiere libertad, igualdad y equidad.

En México, la Constitución Política garantiza un conjunto de valores y principios que delimitan y regulan la convivencia, así como el orden legítimo del gobierno y sus deberes relativos al reconocimiento de los derechos, la dignidad de las personas, la democracia como forma de gobierno, así como la representación política.

Sin embargo, esta fundamentación jurídica no ha sido suficiente para generar una igualdad sustantiva entre hombres y mujeres, tan es así que apenas en 2014 la paridad entre los géneros fue incorporada a la Constitución como un principio integral definitivo, un derecho y una regla procedimental.

En este sentido, la democracia paritaria debe ser una meta para cualquier sociedad y Estado para alcanzar una sociedad libre e igualitaria. De acuerdo con cifras de ONU Mujeres de cara al entonces proceso electoral federal 2018, México presentaba una importante desproporción en el equilibrio representativo entre hombres y mujeres:

• En el Poder Ejecutivo Federal solo 16.6% de las Secretarías era encabezada por una mujer;

• Poco más del 14% de los ayuntamientos eran encabezados por una mujer;

• De los entonces 9 partidos políticos con registro solo el 33% determinaban compromisos estatutarios sobre igualdad de género y no discriminación y, si bien la mayoría de ellos contaban con unidades de género, solo dos ostentaban facultades para participar en la selección de candidaturas.

Estas cifras son evidencia del poco compromiso de los actores políticos con la participación activa de las mujeres en las elecciones que, constituye la columna vertebral que fortalece y legitima a nuestra democracia.

Al analizar los datos de los 3 últimos procesos electorales se observa que, en 2009 se desprende que acudieron a las urnas a emitir su voto 55.7% de mujeres por un 44.3% de hombres. Para la elección de 2012, las mujeres constituyeron el 51.6% del padrón electoral; en la lista nominal alcanzaron un 51.8%. En instancias de vigilancia del voto, las mujeres representaron en esta misma elección un 55.8% del funcionariado de casillas y un 50.3% de las personas registradas como observadoras electorales.

Para la elección federal de 2018 la fuerza electoral del país estaba representada por un 51.8% de mujeres y por un 48.2% de hombres. En el mismo sentido, y de acuerdo con información pública del INE, sufragaron en dicha elección más mujeres que hombres: 66.2% por un 58.1%.

Ahora bien, es claro que se han tenido avances para materializar la paridad en el acceso a los cargos públicos, tan es así que, por ejemplo, la Cámara de Diputadas y Diputados está conformada por un 48.2% de mujeres y el Senado alcanza un 49.2%. No obstante, con las reformas de 2019 que buscan garantizar la paridad en la integración de los tres poderes del Estado y niveles de gobierno, así como con la reforma publicada en abril de 2020 que define y tipifica la violencia política contra las mujeres en razón de género, de cara a la elección de junio próximo, será fundamental que todos los actores políticos y sociales contribuyan para que la paridad se garantice en elecciones libres de violencia.

¡Sin mujeres no es posible la democracia!