En la frontera entre México y Estados Unidos uno de los grandes problemas es el tráfico de medicinas. La zona siempre ha tenido fama de que abundan las cantinas.
Ciertamente es uno de los atractivos, porque del lado estadounidense, de las ciudades vecinas acude mucho turismo regional; sin embargo, en las últimas décadas las farmacias han superado a los bares y cantinas.
Enfermarse en Estados Unidos generalmente no debe ser de preocupación, porque es obligatorio contar con un seguro médico que eventualmente cubra las necesidades de la persona, o al menos, las necesidades más inmediatas.
Pero lo cierto es que un porcentaje de la población en la Unión Americana no cuenta con seguro médico y, por otro lado, entre quienes sí lo tienen, a muchos no les cubre todos sus medicamentos.
Estos dos sectores de la sociedad estadounidense no son mayoría, pero aun así suma millones de personas.
Esta tendencia de traficar medicinas no es nueva, pero desde la década de los 90 se ha ido incrementando.
El “turismo médico” quedó evidenciado esta semana, tras el secuestro en Matamoros de cuatro estadounidenses que viajaron a la ciudad mexicana para que una de ellos se sometiera a una cirugía estética. Dos de los estadounidenses fallecieron.
El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS, por sus siglas en inglés) hace revisiones de todo tipo de mercancía enviada por correspondencia en el interior de la Unión Americana, pero al azar: no cubren ni 8 % y en materia de medicamentos, apenas alcanzan un 0.03 % de envíos nacionales.
Si bien es cierto que el tráfico hormiga de medicamentos no controlados es un problema, lo verdaderamente preocupante es la venta de medicamentos controlados.