Tropezón turístico

Los resultados dados a conocer por Inegi sobre el comportamiento del Indicador Trimestral de la Actividad Turística (ITAT) durante el primer trimestre del año son, francamente, malos y no sólo están alineados al patrón de desaceleración observado en la industria turística del país desde finales de 2017, sino que confirman el sentir de los actores privados del sector, sobre los enormes retos a los que hoy se están enfrentando.

La caída de 0.8% del PIB turístico en comparación interanual es, por sí misma, preocupante y constituye el primer retroceso en este indicador desde 2011, no obstante, es posible que sus efectos no acaben de tener una lectura que reconozca la gravedad de la situación. Atrás de este dato hay al menos tres puntos que deben mover a la valoración más profunda de la dimensión del impacto: en primer término, el hecho de que la variación no obedece a que en 2018 la Semana Santa hubiera caído en el primer trimestre del año, pues en este caso la información del Inegi está desestacionalizada, lo que neutraliza el efecto de la movilidad interanual del periodo señalado; en segundo lugar, el crecimiento de 9.5% del consumo receptivo puede ser un espejismo ante los cambios metodológicos derivados del relevo en la responsabilidad del levantamiento de la información estadística de los viajeros internacionales que, como se ha señalado reiteradamente en esta columna, desde agosto del año pasado corresponde al Inegi, con lo que la información del primer trimestre de 2018 fue reportada por el Banco de México y la del mismo periodo en 2019 fue compilada por Inegi; finalmente, y, de lejos lo más preocupante, en virtud de que el consumo turístico interno representa 75% del consumo turístico total, es el que este componente (turismo interno) en el periodo objeto de este análisis tuvo una contracción significativa de 2.8%.

A la debilidad del mercado internacional hacia México (particularmente del que viene de Estados Unidos) derivada de temas como inseguridad, la plaga de sargazo que afecta los destinos del Caribe mexicano y la falta de inversión pública en la promoción turística, se suma el pase de factura de la atonía del mercado interno.

En el mismo orden de ideas, los primeros indicadores adelantados de julio no presagian, al menos en lo que se refiere a la demanda internacional, una recuperación, pues, por el contrario, dan cuenta de caídas en Cancún (-3%), Los Cabos (-5.2%) y Puerto Vallarta (-6%).

En una reciente intervención en un foro realizado en la Universidad Anáhuac, Alex Zozaya, vicepresidente del Consejo Nacional Empresarial Turístico y presidente del Consejo de Apple Leisure Group, la organización que genera más pasajeros para México provenientes de Estados Unidos, señalaba que “…nos esperan dos o tres años negativos para el turismo”.

El complejo escenario antes descrito debe conducir a la necesidad de una reflexión sobre el conjunto de medidas que se deben tomar desde la esfera pública, para nulificar o al menos mitigar los daños que afectarán al país por la combinación de estos factores, sin descartar que el fantasma de una nueva recesión mundial, activado esta semana por la caída de la economía alemana.

Mucho hay que hacer en diferentes frentes. Así, por ejemplo, se esperan anuncios para la concreción de los trabajos del Consejo de Diplomacia Turística y la industria sigue pensando en la necesidad de contar con presupuestos públicos para la promoción. De la misma manera, muchos inversionistas siguen requiriendo de mensajes claros para retomar proyectos en la arena turística.

Sin embargo, acaso lo más importante es el abandono de la zona de confort y, en consecuencia, el reconocimiento público de que el turismo mexicano no está pasando por un buen momento. Esto que parece elemental, permitiría ver con una renovada mirada al turismo, entendiendo que si la actividad no va bien, los daños se reflejarán en aspectos macroeconómicos como la presión sobre el saldo en la cuenta corriente de la balanza de pagos, pero, especialmente, en el bienestar de miles de familias que encuentran su alternativa ocupacional y productiva en el turismo.