En medio de la crisis migratoria que atraviesa México, especialmente en la frontera sur, los discursos reduccionistas que ven este factor solo como una estadística, una amenaza o una carga social siguen ganando espacio.
Frente a este fenómeno complejo y profundamente humano, urge cambiar el enfoque: más que cifras, se está hablando de personas. Y más que soluciones inmediatas, se necesita empatía y paciencia.
Independientemente de las creencias personales o religiosas, se debe reconocer que la migración, hoy más que nunca, es una urgencia humanitaria.
México, históricamente un país de migrantes, se encuentra en una encrucijada moral y social de gran impacto: brindar refugio y dignidad a miles de personas desplazadas por la violencia, la pobreza o la esperanza de un mejor futuro.
Migrar no es un delito y tampoco es una elección sencilla. Es, en la mayoría de los casos, un acto de supervivencia, así que ¿cómo se podría responder con indiferencia ante alguien que no pidió vivir esta situación?
A menudo se afirma que ayudar a los migrantes es poco realista o incluso peligroso, pero la compasión no es ingenuidad. Es un acto de valentía. Es mirar al otro con humanidad, aún cuando las circunstancias invitan a voltear la vista, incentivando a comportarse de manera compasiva con quien lo necesita.
En todo el país se están viendo ejemplos de solidaridad, tales como comunidades, asociaciones civiles, organizaciones religiosas y personas voluntarias se han sumado a brindar asistencia, refugio y acompañamiento.
En muchos casos, la ayuda va más allá del alimento o un techo temporal, pues se trata también de fomentar la autosuficiencia y dignificar la estadía de quienes migran, aunque sea de forma temporal.
No todos pueden abrir un albergue o donar grandes cantidades de recursos. Pero sí se puede elegir no ser indiferentes. Puede informarse, cambiar la conversación, mirar con empatía y educar en el respeto. Puede, en suma, humanizar una realidad que seguirá presente en la región.
La migración no desaparecerá. Lo que sí puede cambiar es la manera de responder a ella. Que no sea desde el miedo, la apatía o el prejuicio, sino desde la compasión, la responsabilidad compartida y el valor de ver en cada persona migrante un reflejo de nosotros mismos.