Sin fanfarrias ni millones de dólares en inversión extranjera, un grupo de estudiantes veracruzanos y su profesor, Víctor Leyva, cometieron una herejía contra el guion que la economía global ha establecido a México: se atrevieron a crear en lugar de limitarse a ensamblar.
“Mantarraya” es el primer vehículo volador diseñado y construido en territorio nacional, y por un equipo mexicano. Este logro captó la atención de instituciones como la NASA, que tal vez nunca imaginó que tendría que mirar hacia el sur para hallar innovación aeroespacial.
“En una clase común y corriente, les comentaba a los alumnos que en China ya estaban por concesionar el vuelo de taxis voladores”, relata en entrevista Víctor Leyva, profesor de la Universidad Ceulver y mentor del proyecto.
“Algunos estudiantes muy entusiastas me preguntaron: ‘¿Acaso nosotros no podemos hacerlo?’ Yo les dije que sí, y ese fue el detonante”.
Lo que comenzó como un desafío académico en una clase de motores eléctricos, se transformó en un proyecto revolucionario que desafía los paradigmas de la educación en ingeniería.
En apenas cuatro meses (desde el boceto inicial hasta el primer vuelo exitoso) estos jóvenes veracruzanos lograron lo que muchos considerarían imposible sin millones de dólares de inversión.
Tecnología que levanta el vuelo
Mantarraya es un hexacóptero de aluminio que representa un triunfo de la ingeniería nacional. Con un peso de 90 kilogramos sin piloto, puede elevar teóricamente hasta 300 kilogramos, aunque sus creadores, prudentemente, prefieren mantenerlo en rangos más conservadores.
“Cada motor es capaz de dar sustentación a 56 kilogramos”, explica Leyva con precisión técnica. “Con seis motores, la capacidad máxima teórica del equipo es de unos 300 kilogramos aproximadamente. Nunca hemos llegado a ese punto porque estarían maximizados en potencia, pero algo nominal es al 50-60 %”.
Ofrece una autonomía de 15 a 20 minutos dependiendo de la carga. Su versatilidad es notable: puede ser pilotado desde el asiento o controlado remotamente desde tierra, con un alcance de hasta dos kilómetros. Más impresionante es su costo: alrededor de 300 mil pesos mexicanos, una fracción minúscula comparada con desarrollos similares en otros países, donde las inversiones oscilan entre los dos y cuatro millones de dólares. Esto demuestra que la innovación no siempre requiere presupuestos astronómicos, sino ingenio y determinación.
De Veracruz a las estrellas
El proyecto ha captado merecidamente la atención de instituciones nacionales e internacionales. Han recibido invitaciones para la prestigiosa Feria Aeroespacial de México y tienen la oportunidad de participar en un concurso que podría llevarlos a presentar su creación en la mismísima NASA.
“Considerando que el Rover en Marte lleva un pequeño dron autónomo, imagina las posibilidades de tener un equipo que puedas ensamblar rápidamente y que permita a un astronauta explorar. Es superior a un robot, pues ofrece mayor velocidad y alcance”, dice.
Asimismo, están en conversaciones con el Consejo de Tecnología e Innovación del estado de Veracruz para explorar la posibilidad de patentar su creación y buscar financiamiento para perfeccionarla. “Tenemos armadoras porque aquí se ensambla tu celular, tu módem, tu pantalla... pero no son marcas ni diseños mexicanos. Sería transformador que este proyecto creciera y se expandiera”.