Alfareros olvidados, entre polvo y barro

“Aquí en Suchiapa el trabajo no se detuvo”, afirma doña Josefa Champo Vázquez, de 69 años, alfarera de tiempo completo y que continúa manteniendo su “corazón de barro”.

En el barrio San Martín del municipio, con origen nahoa y que significa “La nueva Chiapa”, pocas familias se dedican a elaborar las tradicionales y conocidas “pichanchas” u ollas que sirven de base para piñatas, pero que también pueden crear vasijas y muchas piezas más, sin embargo, la creatividad y el esmero no han sido suficiente ya que desde el inicio del Covid-19, hace seis meses, sus ventas quedaron paralizadas; la alfarería no fue un negocio viable.

Ante las restricciones por la pandemia, este y otros municipios de Chiapas que dependen de las artesanías que producen de sol a sol y venden al mercado nacional e internacional, se han visto severamente golpeados, cultural y económicamente.

Ante esto, Josefa cuenta que en mayo se suspendieron todas las festividades legendarias y religiosas de Suchiapa, entre ellas la celebración a la Santa Cruz, con la traída de la flor de Espadaña y la Danza del Calalá, “esta vez los surimbos no salieron a demostrar su devoción al Santísimo Sacramento del Altar”.

“Esto trajo consecuencias graves a los habitantes y al municipio, ya que por cuestiones de salud locales, los turistas no pudieron venir a conocer las costumbres que realizamos, a consumir la gastronomía zoque y a comprar lo que cada familia elabora, debido a los condicionamientos de autoridades para evitar contagios.

La derrama económica disminuyó y hasta ahora seguimos igual o peor que antes”, afirma.

Y aunque la familia Champo no paró de moldear barro y elaborar piezas, sus ventas quedaron estancadas y su producto se puede observar intacto al interior como al exterior de su vivienda.

Cientos de piezas que no se han movido ni vendido, permanecen a la espera de que los consumidores se lleven una pichancha de 15 pesos o la docena que cuesta 120 pesos.

Para el conocedor, cualquier opción puede ser viable y los precios muy justos, a pesar del gran esfuerzo que conlleva para los artesanos extraer el barro en Nandalayu, barrio perteneciente a Suchiapa.

También es importante mencionar que los alfareros pagan por el lodo, un precio que oscila entre los mil pesos, -uno o dos costales- y con el material pueden obtener hasta 15 docenas de ollas.

Sin duda, la mano de obra es lo más valioso, llevando en cada artesanía sudor, esfuerzo y la marca de Chiapas.

En el mismo barrio, frente a la casa de Josefa se encuentra el taller de Limber, el segundo pichanchero después de ella, que también a padecido austeramente la crisis económica ocasionada por este virus mortal.

“Esta labor es un modo de vida en el pueblo, el barro se mantiene vivo con el fuego y tratamos de conseguir al menos 10 o más gruesas (docenas), pero ahora en estos tiempos la situación nos ha obligado a llevar y vender nuestras ollas en mercados de Tuxtla, específicamente en Terán, pero por desgracia la suerte no nos ha favorecido”, comenta Limber.

El menestral del barro afirma que la oferta de su mercancía ha sido muy escasa y en ocasiones no tiene ni para comer, por tal razón y ante la limitante de sus ingresos, los pichancheros piden con expectación apoyo a la población para que poco a poco arriben al pueblo y adquieran parte de las riquezas que se fabrican en Chiapas.