El micromanagement, o microgestión, es uno de esos hábitos que, aunque nacen del deseo de lograr resultados impecables, terminan saboteando tanto a los equipos como a sus líderes. ¿Te has sentido alguna vez asfixiado por un jefe que supervisa cada pequeño detalle de tu trabajo? O peor aún, ¿te has descubierto siendo esa persona? Este fenómeno no solo deteriora el ambiente laboral, sino que también erosiona la confianza y la creatividad de todos los involucrados.
Históricamente, el micromanagement surge en contextos de incertidumbre y alta exigencia, donde los líderes sienten que deben demostrar control absoluto para garantizar el éxito. Sin embargo, estudios en psicología organizacional demuestran que cuando los empleados sienten que no se confía en su criterio, disminuyen su motivación intrínseca y su sentido de pertenencia. Como decía Peter Drucker: “Lo más importante en la comunicación es escuchar lo que no se dice”; y muchas veces el exceso de control grita desconfianza.
Desde la perspectiva del desarrollo personal, el micromanagement también refleja inseguridades del propio líder. El miedo a que algo salga mal, a delegar, o incluso a perder relevancia, puede llevar a una necesidad constante de supervisar todo. Pero ¿qué enseñanza se pierde cuando no permitimos que otros se equivoquen y aprendan por sí mismos? El crecimiento requiere espacio, y el error es parte esencial del proceso.
En la vida cotidiana, el micromanagement no solo se manifiesta en lo profesional. En el hogar, en relaciones de pareja o con los hijos, también puede aparecer esa tendencia a querer controlar hasta lo más mínimo. Esta actitud, aunque muchas veces bien intencionada, puede generar resentimiento y dependencia. Es importante preguntarnos: ¿controlamos para ayudar o porque tememos perder el rumbo?
Expertos en liderazgo como Brené Brown promueven una cultura de vulnerabilidad y confianza, donde delegar no es renunciar al control, sino empoderar a los demás para que den lo mejor de sí. En palabras de Brown: “La claridad es amabilidad”; establecer expectativas claras y ofrecer retroalimentación constructiva puede ser mucho más eficaz que supervisar cada paso del camino.
Una propuesta innovadora es practicar el “liderazgo de jardín”: en lugar de ser el que dicta cada movimiento, ser quien crea el entorno adecuado para que cada planta crezca según su naturaleza. Esto implica confianza, paciencia y la capacidad de celebrar los logros de otros sin necesidad de protagonismo.
Finalmente, si te identificas con el micromanagement, no te juzgues con dureza. Más bien, obsérvate con curiosidad y pregúntate: ¿Qué temes que ocurra si dejas de controlar todo? Cambiar este hábito no es fácil, pero es una puerta abierta a relaciones más sanas, equipos más eficaces y una vida con menos ansiedad. A veces, para ganar el verdadero control, hay que aprender a soltar.
Twitter: @Mik3_Sosa