“Antier me pidió usted una docena de condones -le dijo el farmacéutico a Afrodisio, hombre proclive a la concupiscencia de la carne-. Ayer me pidió diez. Y hoy viene a comprar ocho. ¿Por qué?”. Respondió Afrodisio, humilde: “Es que me estoy quitando el vicio poco a poco”... Don Avaricio Matatías, hombre ruin y cicatero, reprendió con severidad a su hijo: “¡Mira ese pantalón! Lo usó mi abuelo. Lo usó mi padpública. Basta recordar el caso de Santiago Creel, que al cuarto para las 12 repartió permisos para abrir casinos como si fueran volantes impresos en papel de china. Yo, aunque casado, soy hombre libertario, y pienso que la libertad debe ser libre. Creo, sin embargo, que esos casinos son fuente de muchos males. Desde luego cada quisque es libre de tirar su dinero como quiera. Quienes van a dejarlo en un casino perderían menos tiempo si lo arrojaran directamente a una alcantarilla de la calle. Las ganancias de los dueños de esas casas de juego son exorbitantes, como lo muestran los gajes de todo orden que ofrecen a los jugadores para atraerlos a sus redes, si me es permitida esa inédita expresión. El mínimo conocimiento de los casinos prueba los incontables dramas personales y familiares causados por la ludopatía, sonoro nombre que hoy se aplica al nefasto vicio de jugar, el más aburrido y solitario de todos los vicios. Lo que he dicho no es moralina: es sociología pura y simple. Venturosamente Saltillo, mi ciudad, se libró de las casas de juego: tuvimos un muy buen alcalde, Jericó Abramo Masso, que a más de haber realizado una excelente obra material y social tuvo el buen sentido -la hombrada, dijeron algunos que conocen los riesgos de enfrentar a las mafias que manejan los casinos- de cerrar esas casas de juego y hacer nugatorios, con la ley en la mano, los manipuleos legaloides que con ayuda de abogados chicaneros y autoridades corruptas llevaron a cabo los mafiosos para mantener abiertos sus negocios. Los jugadores de Saltillo tienen que ir ahora a Monterrey, donde a la vuelta de cada esquina hay un casino, pese a las tragedias que han ocurrido ahí motivadas por esos negocios en los que acecha toda suerte de peligros. Hoy vemos que en el país los llamados casineros están siendo sujetos a investigación, y que son castigados los jueces que los favorecieron. Esperemos que la actividad de los casinos sea acotada, y que sus propietarios sean sometidos a vigilancia permanente. Esto no es cuestión de moral, sino de sano juicio derivado de la observación de los males y sufrimientos que causa a muchos la ambición de riqueza de unos cuantos... Se quejaba una chica desilusionada: “Si pusieron a un hombre en la Luna ¿por qué no pueden ponerlos a todos?”... Un pez pasó nadando. Se había salvado de un pescador, pero el anzuelo se le quedó clavado. Una pececita le dice a otra con admiración: “¿Verdad que se ve muy guapo con su nuevo piercing?”... Un tipo llamó a emergencias. Dijo: “Creo que mi esposa está muerta”. Le preguntó el encargado: “¿Por qué piensa eso?”. Respondió el individuo: “El sexo es el mismo, pero los platos se están acumulando en el fregadero”... FIN.
Mirador
Por Armando FUENTES
AGUIRRE.
Historias del señor equis y de su
trágica lucha contra La Burocracia.
El Funcionario del Estado hizo llamar al señor equis y le preguntó, severo:
-¿Cuál es tu color favorito?
Respondió con inquietud el señor equis:
-El azul.
-En adelante -le informó el Funcionario- deberás pagar un Impuesto cada vez que uses una prenda de ropa de color azul.
El señor equis, tembloroso, le dijo al Funcionario:
-Perdón, me equivoqué. Mi color favorito es el verde.
Lo dijo porque casi nunca usaba una prenda de ese color.
-Igualmente deberás pagar el Impuesto -replicó el Funcionario-. También lo pagarás si usas prendas de color rojo, gris, negro, morado amarillo, café, rosa, lila, anaranjado, etcétera.
Ahora el señor equis está pensando seriamente en hacerse nudista.
¡Hasta mañana!
Manganitas
“...Subirán de precio los
cigarros...”.
Un fumador habitual
condenó esa carestía.
Si pensara no lo haría:
es más caro el hospital.