Aquellos dos amigos eran sumamente bajos de estatura. Ambos eran petisos, como se dice en Argentina y otros países de América del Sur para describir a los que que aquí llamamos “chaparros”. (A cierto antipático sujeto le decían “El príncipe charro”, por no decirle “El pin. chaparro”). Los dos pequeños tipos apenas levantaban unos cuantos palmos del suelo. Esa semejanza fue quizá lo que los amistó. Cierta noche salieron con sendas chicas, y al día siguiente se reunieron los dos a fin de compartir sus respectivas experiencias. El primero le preguntó a su amigo: “¿Cómo te fue anoche?”. “Muy mal -respondió con lamentoso acento el interrogado-. La muchacha era muy alta, y eso me puso tan nervioso que no pude funcionar. Pasé una gran vergüenza”. “Pues a mí me fue peor” -suspiró el otro. “¿Cómo pudo haberte ido peor?” -se asombró el amigo. “Sí -confirmó el chaparrito-. Yo ni siquiera pude subirme a la cama”. Himenia y Celiberia, solteras las dos y de madura edad, se confiaban sus respectivas ilusiones. “Yo -declaró Himenia- me conformaría con una sola noche de amor”. “¿Una nada más?” -se extrañó Celiberia. “A estas alturas sí -suspiró Himenia-. Pero esa noche de amor la voy a pedir en algún lugar del norte de Alaska. Entiendo que ahí las noches duran seis meses”... La call girl fue llevada a juicio por ejercer su profesión. Le preguntó con voz severa el juez: “¿Tiene usted algo que ofrecer al jurado en su defensa?”. “Sí, su señoría -respondió ella-. Mi número telefónico”... La maestra les dictó a los niños, como prueba de ortografía, la conocida fábula de la gallina de los huevos de oro. Al salir del examen Juanilito le preguntó a Pepito: “Dime: la palabra ‘huevos’ ¿se escribe con ve chica o con be grande?”. “No sé -contestó Pepito-. Yo para asegurarme escribí mejor: La gallina de los aguacates de oro”... El señor le preguntó a su hija adolescente: “¿Qué vas a querer de regalo en tu cumpleaños, linda?”. “No te molestes en comprarme nada, papi -contestó ella-. Simplemente dame una tarjeta”. “¿Una tarjeta?” -se sorprendió el señor-. “Sí -confirmó la muchacha-. De crédito, sin límite de gastos”... Un ladrón le contó a su compañero. “Le arrebaté su bolso a una señora en la calle”. Quiso saber el otro: “¿Y qué sacaste?”. Contestó el ratero “50 pesos y una hernia por cargar cosas pesadas”... Aquel rudo norteño llamádose Antolión. Así se dice en algunas partes de la frontera norte por decir: “se llamaba”. Se dice “llamádose”. Sucedió que este Antolión sintió ganas de conocer el mundo. Juntó los ahorros de su vida y fue a una agencia de viajes. Ahí le organizaron un recorrido muy interesante que él hizo a su entera satisfacción. Cuando volvió a su pueblo recibió la visita del maestro de la escuela, que deseaba conocer sus experiencias. “Llegué primero a Inglaterra” -empezó a contarle Antolión. “¿Y qué te parecieron las británicas?” -le preguntó el maestro. “¿Las qué?” -se desconcertó Antolión. “Las inglesas” -precisó el profesor. “Muy elegantes -contestó Antolión- pero un poco reservadas”. Continuó: “Luego fui a Francia”. Inquirió el profesor: “¿Y qué te parecieron las galas?”. “¿Las qué?” -replicó Antolión sin entender. “Las francesas”. Contestó el viajero: “Muy bellas, aunque algo orgullosas”. Después de opinar eso prosiguió: “Luego fui a Portugal”. Y el maestro: “¿Y qué te parecieron las lusitanas?”. “¿Las qué?” -volvió a abrir la boca el Antolión. Le aclaró el profesor: “Las lusitanas, las portuguesas”. “Ah -dijo Antolión-. Muy hermosas, pero bastante altivas”. Continuó: “De ahí volé hasta Dubai”. Preguntó el profesor: “¿Y qué te parecieron las mezquitas?”. “¡Ah! -exclama Antolión lleno de entusiasmo-. ¡Guapísimas!”...

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE

Historias de la creación del mundo

El Señor hizo a la paloma para que hubiera un símbolo de paz.

En un mundo de águilas y halcones, de milanos, cernícalos y gavilanes, la paloma era el signo de todo lo manso y lo pacífico que hay sobre la tierra.

Iba la paloma a todas partes llevando en sus alas el hermoso mensaje de la paz.

Al regresar a su casa, sin embargo, su esposo le decía:

-¡Miras cómo vienes de cansada! ¡Por andar en tu trabajo descuidas tu casa y me descuidas a mí! ¡Llegará el dían en que no pueda yo soportar esto! ¡Si la vida continúa como hasta ahora me voy a ir de aquí!

Muy triste, la paloma de la paz alzaba la mirada al cielo y decía con pesadumbre:

-¡Dios mío! ¡En esta casa no se puede tener paz!

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA

“...Nuestro cine ha mejorado.”.

En una forma sencilla

el cambio se corrobora:

las palomitas ahora

las hacen con mantequilla.