Me pregunto cuál es el mayor héroe mexicano. ¿Don Miguel Hidalgo y Costilla? (“Y esposa”, dijo un maestro de ceremonias). Quién sabe. En rigor de verdad Hidalgo no es el padre de nuestra Independencia, como la historia oficial lo ha presentado. El cura de Dolores empezó un movimiento cuyo sentido cabal desconocemos. Aunque parezca increíble, no quedó registro alguno de las palabras que Hidalgo dijo al pronunciar el llamado “Grito de Dolores”, y eso que esa comparecencia mañanera es la más importante de nuestra historia, más aún que las de ahora. Sabemos, sí, que el grito de batalla de Hidalgo era: “¡Viva Fernando Séptimo y muera el mal gobierno!”. Quien así vitoreaba al rey de España difícilmente puede ser llamado Padre de la Independencia. Además la lucha de Hidalgo fue muy breve: acabó en disensiones con aquellos que combatían a su lado, y remató en el patíbulo sin que los insurgentes pudieran ver el fruto de su lucha. En términos de estricta historia el verdadero autor de la independencia mexicano -autor, dije, no consumador- es Agustín de Iturbide, a quien debemos además el nombre de la Patria, y su bandera. (No cuento los chiles en nogada, que también a él se deben). ¿Cuál es, entonces, el mayor héroe mexicano? ¿Don Benito Juárez? También, quién sabe. Muchas cualidades tuvo el hombre de Guelatao. (Fue un hombre de memoria prodigiosa, a juzgar por los innumerables monumentos dedicados “A la memoria de don Benito Juárez”). Pero también, como todos los humanos, tuvo fallas muy grandes. Nadie puede disimular la gravedad de un tratado como el Mac Lane-Ocampo, que prácticamente entregaba a los Estados Unidos la soberanía nacional, ni negar la intervención de los americanos para sostener el régimen juarista, ni desconocer el empecinamiento con que Juárez se aferró al poder, incluso violando la Constitución. Quizá sólo la muerte salvó a don Benito de convertirse en lo que luego fue Porfirio Díaz: un hombre eternizado en el poder. ¿Quién es, entonces, el mayor héroe mexicano? En mi opinión ese héroe es “el paisano”: los millones de hombres y mujeres a quienes la pobreza obligó a salir de México para buscar en “el otro lado” una vida mejor. Jamás se olvidan ellos de su lugar de origen y de su familia. Vienen cada vez que pueden; por el dinero que a los suyos mandan no ha habido en este país un estallido social. Sobre todo, no pierden sus raíces, su tradición ni sus amores. Conmueve saber que con motivo del Día de la Madre y el del Padre aumentan considerablemente los envíos de dinero que hacen. Repito de nueva cuenta mi idea: debería haber una estatua dedicada al paisano, a esos héroes anónimos que afrontan penalidades de todo orden, que incluso llegan a arriesgar la vida para lograr su sueño, ese sueño que muchas veces acaba en muerte, en cárcel, en vejaciones, en humillación. Una estatua al Paisano, y -sobre todo- un mejor trato para ellos cuando vienen a México, serían una forma de corresponder a todo lo que hacen esos mexicanos en bien de la patria que debieron abandonar porque en ella no podían ganar el pan para sus hijos... Vienen ahora tres cuentecillos pícaros. La linda Dulciflor le comentó a su amiga Loretela: “Mi novio Castalio es todo un caballero. No me besa con ardor, no me hace caricias atrevidas; me respeta siempre. ¡Ya me tiene harto!”. Comentaba una chica: “Este pantalón ha de ser de lana virgen: cuando me lo pongo se me cierran las piernas”... “Maestra: ¿quiere usted pasar un rato agradable conmigo?”. “-¡Pepito! ¡¿Qué clase de educación recibiste en tu casa?!”. “-Perdone, maestra. ¿Me haría usted el honor de pasar un rato agradable conmigo, por favor?”... FIN.

Mirador.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Me habría gustado conocer a esta señora, de Francia, naturalmente.

Sabía vivir la vida; la vivía con goce para ella y para el prójimo. La reina, que sentía la obligación de cuidar las buenas costumbres de los otros -esa plaga existe todavía-, determinó que la vida de aquella mujer era desarreglada, y le envió a uno de sus ministros con la orden de que escogiera un convento a fin de recluirse en él.

-Informad a Su Majestad -dijo ella al mensajero- que escojo el convento de los franciscanos.

Ese claustro era famoso entre las damas porque había en él muchos hombres jóvenes y guapos.

La reina se indignó al conocer la desfachatada respuesta de la joven. La llamó, y personalmente le ordenó ir al convento de las Damas Arrepentidas

-Bien quisiera cumplir la orden de Vuestra Majestad -le contestó-, pero sucede que ni soy dama ni estoy arrepentida.

Me habría gustado conocer a esta Hermosa francesa. Sabía que no hay pecado en buscar la felicidad sin hacerse daño uno mismo y sin hacerlo a los demás.

¡Hasta mañana!...

Manganitas.

Por AFA.

“... El gas natural en México es carísimo...”.

El gas quizá es natural,

-negarlo sería necio-,

pero en lo que hace a su precio

se ve sobrenatural.