Se llamaba Alfredo de la Peña, pero le decían el Godoy, vaya usted a saber por qué. No, mejor no vaya, pues aunque quiera no podrá averiguar el origen de ese mote. Ni él mismo lo sabía. Hombre bonísimo, gentil e ingenioso, era sin embargo un vivalavirgen. Esta palabra ya no se usa. Servía para calificar al despreocupado e informal. Pienso que en toda su vida el Godoy no juntó un turno de 8 horas de trabajo. ¿De qué vivía, entonces? De milagro, como la lotería, según dijo de la Patria el liróforo zacatecano. (Carajo, eso de zacatecano está muy bien, pero lo de liróforo.). El Godoy no era sablista ni gorrón -su elegancia de espíritu se lo impedía-, y estaba consciente de su modesta estatura crediticia. Solía decir: “Prestarme dinero a mí es como arriesgarse a volar a 10 mil metros de altura agarrado a la picha de un zancudo”. Pero era gran comisionista. Vendía lo que le daban a vender, desde ranchos y casas hasta relojes y plumas fuente, y vendiendo lo ajeno podía comprar lo propio. Vivía en casa suya, vestía con módica elegancia y se daba sus gustos. Sucedió que un día el Godoy necesitó un dinero -no mucho: mil pesos nada más- para un negocio que le iba a dejar buena ganancia. Fue a la Financiera de Saltillo, esquina de las calles de Allende y Múzquiz, se apersonó con don Luis Cabello, el amable gerente de la institución, y le pidió un préstamo por aquella cantidad. Don Luis quería bien al Godoy, pero lo conocía mejor, de modo que ideó un afectuoso subterfugio para hacer frente a la solicitud. “Claro que sí, Alfredito -le dijo con afabilidad-. Cuenta con ese dinero. Sólo te pido un favor: tráeme las firmas de aval de don Isidro y don Segundo”. Don Isidro López Zertuche y don Segundo Rodríguez Narro eran los hombres más ricos de la ciudad, grandes empresarios cuyas fortunas eran comparadas localmente con las de Rockefeller, Rotschild y Morgan, y aun se decía que cuando alguno de esos potentados tenía apuros económicos venía de incógnito a Saltillo a rogarle a don Segundo o don Isidro que lo financiara. No contaba el bueno de don Luis con que el Godoy tenía amistad desde la juventud con esos dos señores, que gustosos le dieron su firma. Después de todo mil pesos no eran nada para ellos. Regresó, pues, el Godoy a la financiera y le presentó al señor Cabello las dos rúbricas. El banquero las reconoció, y tratando de disimular su asombro le ordenó a su cajero que le hiciera inmediatamente a don Alfredo un cheque por mil pesos. “Muchas gracias, Luisito -le dijo el Godoy-. ¿Dónde firmo yo?”. “¡No, no, no! -se apresuró a decir al banquero-. ¡No me eches a perder las otras dos firmas!”. Pues bien: me temo que los millones de partidarios de AMLO que dieron su firma para la revocación de mandato la echaron a perder. Servirá sólo para avalar un ejercicio inútil y costoso tendiente a enaltecer la figura del caudillo de la 4T, cosa muy del gusto de gobernantes absolutos y personalistas. Peor aún: esas firmas pueden ser un ensayo general para otras por medio de las cuales la clientela de López Obrador demandará que la Constitución sea reformada a fin de suprimir la tercera transformación, aquella con la que Madero instauró en México el entonces y ahora necesarísimo principio de la no reelección presidencial. Con eso los feligreses de AMLO no sólo echarían a perder su firma: también echarían a perder a México más de lo que está perdido ya. “¡Esto me lo va a pagar muy caro!”. Tales palabras le espetó don Cucoldo al querido de su esposa cuando los sorprendió yogando en la alcoba conyugal. “Cómo no, señor -accedió sin objetar el tipo-. ¿Admite usted tarjeta de crédito?”. FIN.

Mirador.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

El mejor regalo de Navidad fueron para mi esposa y para mí nuestros adorados nietos.

Este año nos visitaron todos, con las debidas precauciones que la pandemia impone.

Hacía mucho tiempo que no los veíamos a los trece. Éstos estaban estudiando o trabajando fuera; aquéllos pasaron las fiestas con sus otros abuelos, etcétera. Y luego vino lo del malvado virus. Ahora, grande bendición, no faltó ni uno.

Los tenemos de todas las edades, desde los 26 años hasta los 10 añitos; de todos los colores: rubios, morenos y ni morenos ni rubios, y de todos los caracteres. Como los dedos de la mano, ninguno es igual a otro. Pero eso sí: todos mis nietos son guapísimos y todas mis nietas hermosísimas, y todas y todos son simpáticos, inteligentes, talentosos, agradables, atentos, ingeniosos, educados, emprendedores, brillantes, exitosos.

(Nota de la redacción. Nuestro amable colaborador se extiende en cuatro fojas útiles y vuelta, sin márgenes y a renglón cerrado, en una exhaustiva relación de los méritos y cualidades de sus nietos, relación que por falta de espacio nos hemos visto en la penosa necesidad de suprimir).

¡Hasta mañana!...

Manganitas.

Por AFA.

“. Pleito en Acapulco entre meseros y clientes.”.

La causa de la cuestión

-así son esas querellas-,

según se vieron botellas,

fue la tremenda inflación.