El ginecólogo le preguntó a la mujer que acudió a su consulta: “¿Practica usted el sexo seguro?”. “Sí, doctor -respondió ella-. Siempre espero a que mi marido ande de viaje”. Don Bolito fue a un día de campo. Entró, imprudente, a un ameno prado rodeado por una cerca, y cuando menos lo pensaba fue embestido por un toro cornalón de negra entraña que lo dejó tundido y lacerado echando sangre por los nueve orificios naturales de su cuerpo. De milagro salvó la vida el infeliz. En el lecho del dolor decía don Bolito muy apesadumbrado: “Ignoro por qué me atacó ese animal. No sólo soy vegetariano: también soy enemigo de las corridas de toros”. Conocemos muy bien al tal Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado, además de avieso e insidioso. Le anunció a su suegra: “Voy a dejarme el bigote, suegrita”. “¿Por qué?” -se extrañó la señora. Explicó el majadero: “Quiero parecerme a usted”. Soy mexicano hasta las cachas. Expresión tradicional es ésa que no faltaba nunca en las películas de charros. Y a propósito: ¿qué son las cachas? Son, entre otras cosas, las nalgas, dicho sea sin pedir perdón, puesto que así se llaman, y ni modo de decir “las pompis” en una película de charros. Soy mexicano, sí, como el que más, e incluso otro poquito. Pero el nombre de España lo pronuncio con el mismo fervor con el que un hijo dice el nombre de su madre. Soy hispanista, como lo fueron dos ilustrísimos paisanos míos saltillenses: Carlos Pereyra y Artemio de Valle Arizpe, igual que lo fue un gran regiomontano, Alfonso Junco, a quien se ha tratado tan injustamente. Muchos recuerdos guardo que he salvado de todos los olvidos. De ellos algunos de los más preciosos tienen pasaporte español y viven en Madrid, en Barcelona, en San Sebastián, en Sevilla, en Santander. O en Taxco, donde alguna vez nos hallábamos mi esposa y yo cuando llegó de visita Felipe, entonces jovencísimo heredero de la corona que fue de Carlos Quinto y Felipe Segundo, y también ¡ay! de Fernando Séptimo y Pepe Botella. Lo vimos pasear informalmente por las calles de la hermosa ciudad de la plata. Iban con él la admiración y el evidente afecto de un nutrido acompañamiento de población local y de turistas. De pronto un camarógrafo abordó a mi mujer: “¿Qué opinión tiene usted de Felipe?”. “¡Parece un príncipe de cuento de hadas!” -contestó ella, entusiasmada. La televisión española difundió su imagen y su voz en todo el mundo de habla hispana. Gente como mi esposa necesita nuestra secretaría de Relaciones Exteriores, no como la que nos ha puesto, con sus absurdas y risibles demandas de perdón, en malos términos con la nación con la que deberíamos tener los más estrechos vínculos de amistad y colaboración. La respuesta de España a ésa y otras majaderías de la 4T ha sido demorar en forma inusual el otorgamiento de su beneplácito al improvisado señor a quien el Caudillo -nuestro Caudillo- designó para que nos represente ante la Madre Patria. Si pudiera yo hacerle un pedimento al Rey Felipe le solicitaría de manera muy atenta que retrasara aún más -digamos otros dos o tres años- la aceptación de don Quirino. De ese modo mantendría en vilo a López Obrador. Así nos tiene él a millones de mexicanos. Jamás pensé que alguien podría superar a Afrodisio Pitongo en cosas de lascivia, concupiscencia, lujuria y voluptuosidad. Me enteré, sin embargo, de que hace unas noches salió por primera vez con una joven mujer de nombre Kalentina. El lúbrico galán le anunció sin más: “Quiero que sepas que siempre que salgo con una nueva chica espero que tengamos sexo en la segunda cita”. Replicó Kalentina algo decepcionada: “Ya veo. Eres de los lentos”. FIN.

Mirador.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Cuando muere un poeta el mundo se oscurece un poco, y muchas cosas de la vida quedan sin explicación.

Murió en mi ciudad Alfredo García Valdés, poeta. Hace muchos años fue mi alumno en la clase de Literatura del Ateneo Fuente. Yo les recitaba a los muchachos y muchachas las rimas de Bécquer y los versos de Acuña, y al terminar la clase él me preguntaba acerca del creacionismo de Huidobro y del estridentismo de Manuel Maples Arce.

Hablaba en voz muy baja, como si tuviera miedo de ofender al aire, y a veces sus palabras eran vacilantes, pues al salir tropezaban con la poesía que llevaba entre los labios. Su humildad era tan humilde que casi no era nada, pero sus versos fulgían como los ojos de una mujer o como el relámpago en la noche.

La última vez que lo vi -fue antes del encierro- me dijo de una novela de proporciones épicas, entre bíblica y homérica, que estaba escribiendo como se talla una montaña.

Hago una profecía: cuando yo sea olvido Alfredo García Valdés será presencia. Aquéllos que nos dicen quiénes somos nunca dejan de ser.

¡Hasta mañana!...

Manganitas.

Por AFA.

“. Ahora falta insulina.”.

Pero AMLO tiene otro dato

para quitarse de bretes:

los males de la diabetes

se alivian con mentolato.