Como palo de gallinero. Como lazo de cochino. Como trepadero de mapache. Como jaula de perico. O, para decirlo a la española, de oro y azul o como no digan dueñas. Así me ponen los expertos en energía eléctrica cuando digo que estoy de acuerdo con la iniciativa del Presidente López Obrador de suprimir el horario de verano. Esos sabios señores me enumeran un innumerable número de ventajas que el tal horario tiene, y me dicen, apoyados en profusión de datos técnicos, que es un desatino hacerlo desaparecer. Lo que yo, mortal común y corriente, puedo decir al respecto es que con el cambio de horario sufro molestias igualmente incontables de orden -o desorden- físico y mental. Sobre todo cuando la hora se adelanta ando más apendejado que de costumbre, si me es permitida esa expresión plebea. La alteración de mis rutinas, especialmente la relativa a la hora de los alimentos y de ir a dormir, me saca de balance, y durante varios días ando como gallina descabezada. En uno de los días que siguieron al del actual cambio de horario le dije a mi señora que me proponía consultar a un oftalmólogo, pues cada vez que le daba un trago a la taza del café sentía un extraño dolor en el ojo derecho. Ella me indicó que no necesitaría ir con el médico si sacaba la cucharilla de la taza. Así de atarantado andaba yo con esa modificación artificial de la hora. Los expertos tendrán que perdonarme, pero yo le voy más al Sol que a ellos, y prefiero la hora cristiana, como dice el ranchero don Abundio, que la hora del gobierno. Ojalá sea aprobada la iniciativa de AMLO con el apoyo de los diputados de Morena y de los partidos patiños con que cuenta: el PT, el Verde, y su más reciente adquisición, el PRI. El cerebro del hombre, y su atributo masculino, son como los dos hemisferios de un reloj de arena: si uno se llena el otro se vacía. Es conocida la historia -probablemente apócrifa- según la cual el Creador le dijo a Adán: “Te tengo dos noticias: una buena y una mala. La buena es que voy a poner en ti dos órganos maravillosos: uno arriba y otro abajo. La mala es que nunca podrán funcionar los dos al mismo tiempo”. Lo anteriormente dicho me sirve de proemio para hacer un relato, igualmente apócrifo, que trata de dos parejas de casados que tenían entre sí una gran amistad y una confianza grande, tanto que con frecuencia hacían viajes juntos. En uno de esos viajes, éste a una playa de moda, uno de los compadres tomó la palabra en la cena, y hablando a nombre suyo y de su amigo les dijo a las señoras: “Mi compadre y yo hemos pensado en hacer esta noche un cambio de pareja. Creemos que eso dará más variedad a nuestros matrimonios y fortalecerá los lazos de amistad y compadrazgo que nos unen”. En un principio ambas esposas se escandalizaron al oír tal propuesta, pero después de un par de copas la consideraron, y luego de tres o cuatro copas más terminaron aceptándola. Se hizo, pues, el cambio de parejas, y cada una se fue a su respectiva habitación. Al día siguiente los dos compadres se reunieron en la cafetería del hotel y cambiaron impresiones. Uno le preguntó al otro: “¿Cómo la pasaste anoche?”. “Maravillosamente -respondió el compadre-. ¿Y tú?”. Contestó el otro: “Fantásticamente bien”. Después de una pausa dijo el primero, pensativo: “Me pregunto qué harían nuestras esposas”. (Nota. El final de este relato pertenece, toda proporción guardada, a la especie de los llamados O. Henry ending, o sea un final inesperado, como el de muchas de las historias de ese gran escritor americano, O. Henry, maestro del cuento corto y verdadero artífice de los finales sorpresivos). Y a propósito de finales sorpresivos FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Este amigo mío tenía una amiguita.

Eso no habría tenido nada de malo si mi amigo hubiera sido soltero, pero sucede que era casado.

La amiguita le pidió -las amiguitas piden muchas cosas- que pasara un fin de semana con ella, y a fin de obsequiar ese deseo mi amigo le dijo a su señora que con sus compañeros de oficina iba a ir de pesca a Las Adjuntas, una presa en Tamaulipas.

El domingo regresó mi amigo a su casa, pero antes tuvo la precaución de ir a una pescadería y comprar varios pescados. Les hizo con el anzuelo un orificio, como si los hubiera pescado, y se los mostró a su esposa como trofeo de su fin de semana piscatoria.

-Son muchos -le dijo ella-, Vamos a llevarles unos a mis papás.

-Los pesqué en Las Adjuntas -le dijo mi amigo, orgulloso, a su suegro. El señor, por desgracia, había sido pescador. Miró con ojos suspicaces a su yerno y le preguntó:

-¿Huachinangos en Las Adjuntas?

No sé cuál sea la moraleja de esta historia, pero estoy seguro de que tiene alguna.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Claudia Sheinbaum presentó al grupo Firme en el Zócalo.”.

No faltará quien afirme,

que con tal presentación

la Sheinbaum tiene intención

de irse poniendo más firme.