Todo en exceso es malo, hasta lo bueno. Aquel recién casado se veía agotado, laso, abatido. Y es que le hacía el amor a su dulcinea a mañana, tarde y noche. Andaba ya en los huesos; no tenía fuerzas ni para levantar un falso testimonio. Su esposa, preocupada, lo llevó al doctor. Un breve interrogatorio clínico mostró la causa de aquella extenuación. El facultativo les dijo: “A partir de hoy deberán dormir en habitaciones separadas. Un acto más de amor puede causar la muerte de este joven”. Muy a su pesar los desposados acataron la draconiana prescripción del médico. Ella siguió en la recámara del segundo piso y él se acomodó en un cuarto de la planta baja. Pasaron dos días de aquel forzado ayuno conyugal. La noche del tercero el ansioso marido no pudo aguantar más y fue en busca de su amada. La encontró a mitad de la escalera. Le dijo con anhelante voz: “¡Iba a morir en tus brazos!”. En el mismo ardiente tono replicó ella: “¡Y yo iba a matarte!”. Varias locuras llevo en mí que me han salvado de caer en la locura. Una de ellas es la ópera, absurdo, hermoso arte en que todas las artes se conjugan: la música, la literatura, la danza, la arquitectura, el teatro, la pintura. Esa afición mía tiene algunos límites. Las óperas de Wagner, por ejemplo, y las del repertorio ruso, me inspiran el mismo reverente pavor que la ciencia matemática. Gusto de las francesas -de las óperas, digo-, pero mis predilectas son las italianas, sobre todo las de Verdi, a quien algunos diletantes miran con intelectual desdén. El desdén de los intelectuales es, entre todos los desdenes, el más desdeñoso. Y también el más estéril. La primera ópera que escuché fue “Rigoletto”, en la gloriosa grabación de la marca Angel, con Callas, Di Stefano, Gobbi y Serafin. La obra verdiana tiene una historia interesante. Verdi encontró en el drama “Le Roi s’amuse”, “El Rey se divierte”, de Victor Hugo, materia propicia para una ópera de gran aliento. La escribió con un espléndido libreto de Francesco Piave, su libretista favorito, pues se mostraba sumiso a sus dictados y soportaba su trato imperativo. En aquel tiempo gran parte de Italia estaba dominada por Austria, y la censura austriaca consideró que la ópera de Verdi era un velado ataque contra la realeza, en tiempos en que las monarquías europeas habían sido restauradas después de la pesadilla napoleónica. El permiso para el estreno de la obra fue negado. El compositor y el libretista debieron transigir: cambiaron la figura del rey por la de un duque, y de ese modo la ópera se pudo presentar. Recordé todo eso a propósito de la noticia que sacó a la luz una pasada aventura amorosa de Juan Carlos, el soberano emérito de España, padre del actual rey, Felipe VI, quien varias veces ha debido lidiar con las frivolidades de su progenitor, que se divertía en la misma forma de Francisco I en la obra de Victor Hugo, y del duque de Mantua en “Rigoletto”. Evoqué el caso de cierto abogado que representaba a un tipo acusado de adulterio. Envió una carta al juez en estos o parecidos términos: “Su señoría: Le suplico clemencia para mi defendido, que es ciudadano responsable, trabajador, honrado, cuyo único defecto es que le gusta mucho la nalguita”. Igual afición tuvo, aparte de la de matar elefantes, el anterior rey de España, a quien se le siguen apareciendo los efectos de sus pasados devaneos de alcoba. Verdad muy grande contiene el siguiente apotegma, ominoso y estremecedor: “Los amores de los gatos siempre se oyen. Los amores de los perros siempre se ven. Los amores de los hombres siempre se saben”. FIN.
Mirador
Por Armando Fuentes Aguirre
Tomás de Aquino, una de las mayores luminarias de la teología católica, era hombre gordo, coloradote y bajo de estatura. Por esa complexión, y por sus ojillos, entrecerrados siempre, recibió el mote de “El buey dormido”.
En sus tiempos de estudiante se le consideraba escaso de caletre. Cierto profesor suyo, para divertirse y hacer reír a los demás alumnos, le dijo un día:
-Tomás: asómate a la ventana y verás un buey volando.
Se apresuró él a ir la ventana, ante la carcajada de sus compañeros y la risa burlona del mentor. Le preguntó este:
-Pero, Tomás: ¿cómo creíste que un buey podía volar?
Respondió el muchacho:
-Pensé que era más posible que un buey volara, y no que un maestro engañara a uno de sus alumnos.
Igual reproche debe hacerse al gobernante que miente a sus gobernados. La mentira y el ocultamiento de la verdad también son formas de la corrupción.
¡Hasta mañana!
Manganitas
Por AFA.
“Vendrán los presidentes de Cuba, Nicaragua y Venezuela a despedir a AMLO”.
Diré, si me lo preguntan,
la frase que escuché un día,
esa de que Dios los cría
y después ellos se juntan.