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Hoy Escriben - Catón

De política y cosas peores

Don Veteralio, señor de edad madura, hizo su acostumbrada visita semanal a “El columpio del amor”, la casa de mala nota del lugar. Lo recibió la madama, mariscala o mamasanta del establecimiento, que así se nombra a la mujer que regenta una mancebía. (Otro nombre más común hay para designarla, pero es tan vulgar y malsonante que no pude escribirlo). Le preguntó don Veteralio: “¿Dónde está Jobina?”. “Salió de vacaciones -le informó la doña-, pero tengo a Yanicela, Turpentina y Pilidora”. “No -declinó don Veteralio-. Yo quiero con Jobina. Regresaré cuando ella vuelva”. La madama se atufó: la casa perdía con la salida de ese cliente. Le preguntó: “¿Qué tiene Jobina que no tengan Yanicela, Turpentina y Pilidora?”. Respondió con un suspiro el añoso caballero “Paciencia”. Año de 1900, presente lo tengo yo. Ese año Theodore Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, usó por primera vez la famosa frase en la que hablaba de “el gran garrote”, expresión que luego serviría para calificar su estilo de política: Speak softly and carry a big stick. “Habla suavemente y lleva contigo un gran garrote”. En verdad no es suya la tal frase. La sacó de un libro donde se recogían proverbios populares de diversos pueblos. Ese, al parecer, era africano. Trump emplea solamente la mitad de la sentencia. No habla con suavidad -sus palabras son ácidas, ásperas y ríspidas- pero lleva siempre consigo el garrote amenazante al que Roosevelt aludió. Contra México lo esgrime especialmente. De nueva cuenta mostró su malquerencia a nuestro país al gravar con un arancel del 30 por ciento los productos mexicanos, medida que afectará tanto a nuestra nación como a los consumidores estadounidenses. Chivo en cristalería es el pugnaz mandatario yanqui. Al tratar con los gobiernos de otros países solo admite absoluta sumisión. La obtuvo de López Obrador y la está obteniendo ahora de la presidenta Sheinbaum, que nada ha recibido a cambio de sus obsecuencias aparte de desdén y nuevas amenazas. Debemos prepararnos para sufrir nuevos garrotazos sin antes escuchar palabras suaves. Entre las maldiciones que en los últimos años se han abatido sobre México, incluida la 4T, está el simiesco presidente yanqui. El señor cura del pueblo hacía un recorrido por las comunidades a su cargo, y vio a un joven campesino de su parroquia que se ocupaba afanosamente en remover con una pala el enorme montón de estiércol vacuno que había sido descargado de un camión de volteo. Le dijo: “Descansa un poco, muchacho. Te veo sudoroso y fatigado”. Replicó el mocetón: “Si descanso se molestará mi papá”. “No es justo que te haga trabajar así -acotó el sacerdote-. Dime dónde está tu padre, para hablar con él”. Respondió el muchacho sin dejar de palear: “Está abajo del estiércol”. He hablado aquí de don Severiano García, llamado con afecto “El Chato”, sabio profesor del Ateneo Fuente, glorioso colegio de mi ciudad, Saltillo. Era eminente lógico y gramático; usaba el idioma con nimia escrupulosidad. En cierta ocasión subió a un autobús urbano que iba lleno, de modo que no encontró lugar para sentarse. Una alumna le dijo: “No tiene usted asiento, maestro”. “Asiento sí tengo -acotó El Chato-. Lo que no tengo es dónde ponerlo”. Acertaba el maestro al decir eso. El lexicón de la Academia define en una de sus acepciones: “Asiento. Nalgas”. Una chica subió a un autobús igualmente atestado, y le pidió a un pasajero que le diera su lugar. “Estoy embarazada” -le informó. De inmediato el caballero le cedió su sitio, y le dijo: “Perdone, no se le nota. ¿Cuánto tiempo tiene usted de embarazo?”. Respondió ella: “Posiblemente una media hora”. FIN.

Mirador

Por Armando Fuentes Aguirre

Nohemí se llamaba. Tal era también el nombre de su restorán, tradicional establecimiento que ha formado parte durante muchos años de la rica gastronomía saltillense. Entre muchos platillos comarcanos su caldo de res y su asado de puerco eran ricas incitaciones a la gula.

La conocí desde los tiempos de la juventud. Nació en San Antonio de las Alazanas, antiguo poblado de la Sierra de Arteaga. Ya desde entonces mostraba el mechón blanco que adornaba su cabellera bruna.

Nohemí recibió el precioso don de la cocina. Quizá se lo dio San Pascualito, patrono de quienes guisan bien. La sabrosura de los manjares que Nohemí preparaba le allegaron una clientela agradecida.

Un súbito mal del corazón se llevó a la que hizo tanto bien. Habremos de recordarla siempre por su bondad y por la entrega que mostró siempre a su oficio, esa obra de misericordia que en su Catecismo incluyó el padre Ripalda: la de dar de comer al hambriento.

Mi ciudad ha perdido a una de sus más queridas y emblemáticas figuras. Envío mi sentimiento de pesar a su familia, y le doy gracias a Nohemí por el don de su amistad. Ah, y también por el don de su cocina.

¡Hasta mañana!

Manganitas

Por AFA

“Ovidio Guzmán, de la familia de narcotraficantes, hará declaraciones en Estados Unidos”.

Acá duro, allá muy blando,

cantará hasta Rigoleto.

Dicho sea sin respeto,

AMLO debe estar temblando.