El anaranjado

El anaranjado ha vuelto a atacar. Ahora se va contra el jitomate dejando en estado precario a un millón 400 mil jornaleros y una pérdida global de 350 millones de dólares al año. Para nuestro gobierno tal no es suficiente, siguiendo los consejos de Alfonso Romo, para dejar la prudencia y exigir, cuando menos, respeto; por cierto, si de equidad se trata que se haga lo mismo con las importaciones estadounidenses de cualquier género para equilibrar las cosas y no esperar a que se termine, es un decir, el aeropuerto de Santa Lucía.

No se trata de emprender guerritas que, muy posiblemente, perdamos sino de apelar a la cordura internacional para exigir reciprocidad entre dos naciones tan dispares y con fuerzas militares extremas; las nuestras están sujetas por las batallas contra el narcotráfico mientras las de USA sólo piensan en aguantar en el muro de la ignominia y extender sus dominios sobre las naciones petroleras como Venezuela.

Ya es bien sabido que la Unión Americana posee las mayores reservas de crudo en el mundo y que no las toca con fines de dominio universal: esto es: prefieren consumir las ajenas –entre ellas las de un México hundido por su dependencia- y preservar las propias para imponerse, al fin, al resto del planeta como la gran hegemonía del orbe.

Necesariamente la contraparte, que somos nosotros junto a las naciones de Medio Oriente y las productoras de petróleo como la ambicionada Venezuela, debe tener en cuenta tal filosofía si desea conservar los espacios para las distintas soberanías. Es un deber primigenio de los gobernantes de cada parcela mundial acaso atemorizados por la incontinencia verborréica del anaranjado señor Trump, desatado en sus afrentas contra México a sabiendas de que nuestro gobierno prefiere esconder la cabeza, como los avestruces, en vez de apelar a la razón como lo ha hecho en el caso del golpeteo contra Nicolás Maduro aplicando la Doctrina Estrada, nuestra por cierto, en pro de la autodeterminación de los pueblos.

En la misma línea es urgente actuar para preservar los intereses de nuestro país. Hoy, además de la incesante campaña contra los migrantes –no todos son centroamericanos-, juegan los aranceles sobre productos que los Estados Unidos compra masivamente. ¿No es momento de ofrecer el jitomate, el aguacate, etcétera, a la Unión Europea?

Dejemos sin guacamole a los estadounidenses y démoslo a los socios comerciales de México en el viejo continente y, cuando menos, que así se la pasen antojadizos y hambrientos en los estadios de fútbol americano. Será una delicia, desde aquí, contemplar semejante tortura.

¿Le entra al toro, señor presidente?