Cumbre demagoga

A través de las décadas los llamados planes nacionales de desarrollo han sido sólo una panacea rebosante de demagogia. Fíjense: con José López Portillo se consolidó la idea de reforzar al agro para elevar la productividad y reducir los índices tan altos de miseria que se padecían en la década de los setenta del siglo pasado; ahora, desde luego, se han quedado cortas aquellas perspectivas y la angustia es mayor salvo por la esperanza despertada por la victoria de López Obrador en julio de 2018.

Pese a ello, en algunos núcleos de población ha comenzado la desesperación o la decepción, como quieran llamarla, como reacción explicable a algunas decisiones superiores poco afortunadas como la decisión, no consensuada, para crear una termoeléctrica en Morelos y una refinería en Dos Bocas, Tabasco, con considerables daños ecológicos jamás medidos por la avaricia de los inversionistas adheridos al gobierno como consejeros y asesores de cuello blanco.

De allí que el Plan Nacional de Desarrollo presentado por la administración de López Obrador no sea muy diferente a los que se vienen arrastrando, sobre todo, desde los tiempos de López Portillo, priista frívolo que se dio más tiempo para poner al país en jaque con sus estatizaciones de fin de sexenio antes de pensar, en serio, en la necesaria elevación de la productividad agraria que se suponía eje y sostén de toda la nueva pirámide.

La realidad es que, al final de cada sexenio ominoso –digamos desde el de Echeverría hasta el desastroso de Peña Nieto-, las cosas permanecieron igual, con las mismas tazas de miseria si bien el miserable señor Fox ideó una manera de pasar a la historia: reducir a la mitad la pobreza a costa de manejar las estadísticas y no considerar pobres a quienes ganaban salarios superiores a un dólar diario. ¡Y tal fue su bandera bajo el peso de la peor demagogia, ruin además, de todos los tiempos!

No dudo en las intenciones del presidente López Obrador pero debe aceptar que su “plan” es similar al de sus predecesores y que fue armado por sus consejeros empresarios adheridos al poder política por una invitación, muy poco clara, del propio mandatario actual. Sobre todo porque no observamos en el gabinete a ningún líder social y sólo en la Legislatura alguno asoma la cara con el desdén manifiesto de las oposiciones como en el caso de Nestora Salgado, quien creció muy cerquita de la ya célebre Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, verdadera cuna de los nuevos revolucionarios a quienes se ha ignorado, hasta hoy, bajo los plomos de la burguesía que los detesta en el fondo pero que sabe cómo manejarlos para parecer “políticamente correctos” cuando son todo lo contrario.

Lamentablemente, el plan en boba no aporta ninguna novedad respecto a sus predecesores; el combate a la pobreza como eje y el desarrollo impulsado por la iniciativa privada como pivote. Más de lo mismo, adelantarían algunas voces; ¡cuidado, presidente!, asumiríamos otras a la vista del cuadro de personajes que le rodea y a quienes, hasta hace muy poco, se les situaba en el espectro de la “mafia del poder”.

Esto es algo que debiera explicarnos el presidente en vez de repetir lo mismo, siempre lo mismo, en sus mañaneras.