El combate a la corrupción y la impunidad no debería estar peleado con la autocrítica a menos que la vara que se utiliza para medir no sea la misma para amigos y enemigos. Nadie en su sano juicio podría estar en contra de ponerle un alto, de una buena vez, a los delincuentes de cuello blanco.

Por eso llama la atención el afán con el que el gobierno federal señala con ferocidad a los científicos del Conacyt a quienes acusa de desfalco. Si cometieron los delitos de los que se les acusa, adelante, que sean castigados pero siempre cuidando la presunción de inocencia, y no como acostumbran en esta administración: estigmatizando desde el poder.

El problema de utilizar generalidades al criticar es que quien las usa se verá salpicado sí o sí. Para muestra, el escándalo de la hija de Claudia Sheinbaum quien en la enorme lista de etiquetas a las que nos ha acostumbrado el Presidente López Obrador, bien quedaría en la casilla de los aspiracionistas, egoístas e individualistas.

Si ponemos sobre la mesa aquellas supuestas acciones en contra de la corrupción, con las que tanto se llenan la boca, nos faltarían todas las de los cercanos a Palacio Nacional. ¿Por qué se permite esa diferencia?, ¿acaso hay corruptos buenos y corruptos malos?

Es la moral acomodaticia la que desvirtúa el anhelo de justicia. Otra cosa sería si hubiera piso parejo, no solo para prosperar, superarse, invertir y crecer. También, para denunciar frente a la autoridad cualquier delito, por grande o pequeño que sea, con la suficiente confianza de saber que habrá castigo y reparación del daño.

En cambio, las instituciones reumáticas se enfocan en neutralizar al ciudadano. Se promueve la idea de que el no estar de acuerdo dejó de ser un acto de libertad para convertirse en un intento de boicot al gobierno. Disentir se volvió un supuesto delito que las huestes oficialistas castigan de oficio.

Al respecto, para nadie es mentira que en 2018 el tabasqueño ganó por la confianza que la gente tenía en él, no por considerarlo un estadista ni el más competente para resolver los problemas económicos o de seguridad, por mencionar algunos. Los ciudadanos creían en su palabra, en que haría las cosas distintas y en que no permitiría, supuestamente, que los grandes males de México se recrudecieran.

Por ello, este año en las urnas MORENA sufrió un descalabro, y las razones sobran: la falta de empatía con los sectores empresariales, que son quienes más empleos generan; la polarización azuzada en cada Mañanera; el defectuoso manejo de la pandemia o una economía en decadencia que nomás no despierta del coma al que la indujeron, no los neoliberales sino quienes despachan hoy en la casa.

Si se va a combatir a los corruptos que sea a todos sin importar el bando al que pertenezcan. Si se va a hacer justicia que sea parejo y sin favoritismos ni filias políticas. Gobernar para todos como mandata la Constitución, esa debiera ser la ruta, aunque tristemente el país vive otra realidad.