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Hoy Escriben - Miguel Ángel Sosa

El espejismo de lo extremo

Vivimos rodeados de excesos diseñados para captar nuestra atención. Desde alimentos ultraprocesados hasta redes sociales que saben exactamente cómo engancharnos, la vida moderna está plagada de lo que la psicología llama estímulos supernormales. Este concepto, introducido por el etólogo Nikolaas Tinbergen en los años 50, describe cómo ciertos objetos artificiales pueden provocar una respuesta mucho más intensa que los estímulos naturales para los que evolucionamos. ¿Y si estos estímulos están distorsionando no solo nuestros gustos, sino también nuestra manera de amar, de consumir y de vivir?

Los estímulos supernormales no son solo una curiosidad científica, sino una realidad cotidiana. Pensemos en la comida chatarra: es más dulce, más salada y más grasosa que cualquier alimento natural. Nuestro cerebro, programado para buscar estas señales como signos de nutrición, responde con una avalancha de dopamina que rara vez obtenemos de una fruta o verdura. De forma similar, los filtros de belleza en redes sociales exageran rasgos que biológicamente asociamos con salud y fertilidad. Así, terminamos atrapados en una trampa: cuanto más consumimos estos estímulos, más nos desconectamos de lo auténtico.

La paradoja es que, al buscar placer intenso, nos volvemos más insensibles. Como advierte el psicólogo Adam Alter, “cuanto más accesible es el placer, menos capaz somos de disfrutarlo”. La hiperestimulación nos vuelve dependientes de lo artificial, y al mismo tiempo disminuye nuestra tolerancia a lo simple. Las conversaciones cara a cara, el sabor de un alimento natural o una caminata sin notificaciones se sienten “insuficientes” frente a un bombardeo constante de dopamina digital y sensorial. ¿Estamos perdiendo la capacidad de gozar lo cotidiano?

El impacto va más allá del placer individual. En nuestras relaciones, los estímulos supernormales generan expectativas irreales. El porno crea modelos imposibles de intimidad; las redes sociales proyectan vidas perfectas e inalcanzables. Esto puede llevarnos a sentir que nuestras relaciones reales son “menos” de lo que deberían ser, sembrando insatisfacción, ansiedad y desconexión. ¿Cómo amar con plenitud si nuestro cerebro está condicionado por ficciones hiperbólicas?

Frente a esta realidad, es urgente cultivar una “higiene de estímulos”. Esto implica, como propone el neurocientífico Andrew Huberman, dosificar nuestras fuentes de gratificación y entrenar la mente para disfrutar lo que no está diseñado para sobreestimularnos. Leer un libro sin notificaciones, cocinar en vez de pedir comida, mirar el atardecer sin tomar una foto, son pequeños actos de resistencia frente a una cultura que nos quiere siempre distraídos y deseando más.

Reconectar con lo natural y lo sencillo no es retroceder, sino recuperar nuestra humanidad. Los estímulos supernormales seguirán existiendo, pero podemos elegir cómo y cuándo exponernos a ellos. ¿Y si el verdadero bienestar está en redescubrir el valor de lo común? Como diría Viktor Frankl, “la vida nunca se hace insoportable por las circunstancias, sino solo por la falta de significado”. Tal vez ha llegado el momento de buscar sentido más allá de la gratificación inmediata.

En última instancia, el desafío no es eliminar los estímulos supernormales, sino recuperar nuestra soberanía sobre ellos. Al entender su efecto, podemos tomar decisiones más conscientes, reconectar con nuestros valores y, sobre todo, reaprender a disfrutar la vida sin filtros ni excesos. Porque lo extraordinario no siempre está en lo exagerado, sino en lo auténtico.

X: @Mik3_Sosa