En estos momentos la diplomacia realiza esfuerzos para que no padezcamos una conflagración de dimensiones colosales, tal vez planetarias.

El mundo se preocupa por la paradoja de potencias que proporcionan armas a gobiernos en conflicto y a la vez buscan la paz. Esta paradoja deja ubicarse en el contexto de intensísimos intereses electorales, económicos y geoestratégicos.

Los intereses son tan intrincados, tan complicados, que un mismo país puede ser cómplice y contrincante de otro: cómplice como socio comercial (mutua dependencia por la compra y venta de miles de productos) y contrincante por los reacomodos territoriales, poblacionales y militares, muchas veces en busca de materias primas para abastecer a las industrias.

Se trata de un círculo (otra paradoja) casi siempre virtuoso y a veces vicioso de abastecimiento y competencia, justo cuando los años de libre comercio han internacionalizado al máximo la producción, de modo que un celular o un coche nuevo depende de componentes traídos de muy diversos sitios.

La mediación se vuelve más necesaria y más difícil. Y no nos sobra que pensemos en teorías del juego y en paradojas matemáticas para que estimulemos el pensamiento, a ver si así encontramos salidas a los laberintos en los que nuestra especie acostumbra introducirse.

México cuenta con una trayectoria de mediación. Hemos sido un país con buenos resultados diplomáticos, como aquel que derivó en el premio Nobel de la Paz (1982) a Alfonso García Robles por los acuerdos para liberar a América Latina de armas nucleares. Y detrás de la diplomacia hay conceptos filosóficos como derechos de gentes o derechos humanos.

¿Qué tareas realizan las universidades en el delicadísimo trance que vivimos?

La vida académica es una forma de diplomacia porque crea conceptos y produce lazos de entendimiento y comprensión, de conocimiento y cooperación. Y estos lazos terminan ubicándose en el tiempo largo del que hablaba el célebre Fernand Braudel.

La educación es un poder suave a corto, mediano y largo plazos.

Y genera hábitos de paz.

A veces el trajín de cada día para que nos resulte bien un congreso académico o una simple clase nos hace perder de vista que tales minucias están ayudando al tiempo largo de la paz.

Hace unas semanas tuvimos una magna reunión de rectores de México y España que permitió abrir nuevos espacios de diálogo entre instituciones de gran calado, como nuestra Universidad Nacional Autónoma de México.

Otra tarea se concreta en investigaciones de alto nivel. Dentro de las humanidades, la investigación suele acompañarse de traducción y edición.

Veamos el notable y oportuno trabajo de Gustavo Leyva, quien nos rinde una nueva edición de Hacia la paz perpetua de Immanuel Kant.

La UNAM es la máxima casa editora de América Latina: diez libros cada día hábil. La UNAM se ha aliado con el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Autónoma Metropolitana para un proyecto que trasciende coyunturas políticas: se trata de las obras de Kant en traducciones renovadas y con introducciones y notas pertinentes para nuevos públicos.

Político se nos pone Kant en este breve libro ya clásico: filósofo político o, si se quiere, filósofo de la política. Y el estudio inicial del doctor Leyva nos pone en valor y en contexto las aportaciones del pensador de lengua alemana, nacido hace justos trescientos años en una ciudad de Prusia –Königsberg, el Monte del Rey– que hoy es parte de Rusia.

¿Cuáles son las mejores estrategias colectivas para que la paz en la Tierra sea posible?

Kant nos ofrece propuestas, consciente de que el asunto es antiquísimo y dificilísimo; es tan difícil que el título está tomado de un letrero de panteón y de una vieja ironía: la paz perfecta es la paz de la muerte.

El filósofo no se desanima y ofrece conceptos como federación de paz, que anticipa el sueño de unas Naciones por fin Unidas y que, a diferencia de los acuerdos de paz, no se propone dar por concluida una guerra, sino todas las guerras.

También ha sido relevante, entre otros, el concepto de garantía. La naturaleza, nos dice, es la garantía. Las réplicas se dieron de inmediato, pero lo importante es que el autor de las Críticas ponía en juego ese concepto, mucho más importante para la vida cotidiana de lo que podría suponerse: como bien lo exhibe el modelo de argumentación de Stephen Toulmin, nuestras aseveraciones (claims) buscan ofrecernos garantías (warrants) para legitimarse. Quienes andan ahora en campañas políticas siguen por instinto este esquema y quienes escuchamos les exigimos que nos ofrezcan garantías y datos (data), no nada más aseveraciones.

Kant no fue un prosista fácil. Sus frases son largas y me temo que él careció de la elegancia literaria de un Thomas Mann o un Marcel Proust. Traducirlo es un trabajo titánico por la complejidad de los conceptos, por el estilo y por la vigilante tradición kantiana ya tan sólo en lenguas teutona y española. Inmenso mérito tiene Gustavo Leyva.

Sin pensamiento filosófico no hay diplomacia. Sin diplomacia no hay paz. Sin paz no queda nada. O quedan muertes, ruinas, traumas, sufrimientos que tal vez nadie curará ni transformará y que entonces, así, crudos, duros, se trasmitirán de una persona a otra, de un pueblo a otro, como bien nos lo advierte Miriam James Highland.