A la embajadora Raquel Serur, profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, con solidaridad y admiración.

Entre 2003 y 2005 Andrés Ordóñez fue jefe de la Unidad de Asuntos Culturales de la Cancillería mexicana.

Uno de sus proyectos más originales y ambiciosos consistió en expandir el programa de intercambio académico.

La idea era clara: estudiantes de países sudamericanos y caribeños realizarían sus licenciaturas en México.

Volveríamos al propósito vasconcelista de unir a nuestras naciones desde la educación, esa constructora de paz a corto, mediano y largo plazo.

Paraguay, Ecuador, Bolivia; San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, San Cristóbal y Nieves, Antigua y Barbuda… Aquellas becas cambiaron vidas y fueron significativas para estos y otros países.

Entre mis notas personales tengo escrito que hay gente de partido, gente de gobierno y gente de Estado. Mucho mejor nos va si quienes conducen nuestras instituciones tienen conciencia de estas tres dimensiones y saben ubicarse en el sitio donde mejor funcionan.

Las becas eran un proyecto de Estado y abarcaban decenas de áreas de estudio. La generosidad de universidades mexicanas abrió una carrera en México a más de 300 jóvenes.

Ecuador alivió parte de sus presiones de cupo gracias a este programa, que era, sí, de Estado y que aun así sufrió (como muchas acciones públicas en México) los golpes de las coyunturas personales entre quienes tenían altas responsabilidades de gobierno.

¿Cuál era el propósito más profundo del programa? Formar a las élites que dirigirían gobiernos, instituciones educativas, empresas. Y crear empatía hacia nuestro país.

No se le dio seguimiento. Veinte años después, jóvenes de aquel país cuya licenciatura fue posible gracias a México, mirarán con pena la bárbara y absolutamente injustificable incursión de fuerzas armadas en nuestra embajada hace unos días. ¿Alguien se ubica en una posición que le permita mediar entre su país de nacimiento y su país de formación, ahora que las posturas radicales y las soluciones violentas nos exigen cada vez más mediaciones?

Andrés Ordóñez ha combinado su carrera diplomática y su trayectoria como investigador. Tiene un fructífero conocimiento de realidades concretas y de juegos de intereses en aquellos rumbos donde ha sido parte de nuestras representaciones. Cuba, Israel, Palestina, Jordania, Brasil, Francia, España y Marruecos se encuentran entre sus afinidades electivas.

Algún día escribirá sus memorias.

De hecho, México necesita más memorias de gentes de Estado para que sirvan de lectura a gentes de partido y de gobierno. Al fin es la gente de Estado la que saca el trabajo diario del gobierno: mujeres y varones en muy distintos niveles con sueldos en su mayoría bajísimos y condiciones exigentísimas.

Ya veremos si en los debates por la Presidencia se asoma una comprensión aguda del laberíntico mundo actual, cuyos desafíos no respetan fronteras.

En 2005 Ordóñez publicó “Los avatares de la soberanía. Tradición hispánica y pensamiento político en la vida internacional de México”. Se propone desmantelar el adjetivo “conservador”, que desde el siglo XIX simplifica realidades complejas y que oculta la importancia del pensamiento hispánico en el mundo y en la conformación de nuestra forma de ser.

En 2022 Ordóñez dio a las prensas México, Marruecos y el Sahara Occidental. Estas pocas e intensas páginas nos permiten entender la historia y el presente de una de las numerosas redes de intereses en un mundo en el que México necesita ocupar un sitio más y más inteligente y fructífero, ya tan sólo como homenaje a nuestro servicio diplomático de carrera.

Y hace unas semanas presentó en la Alianza Francesa de Polanco una muestra de 18 fotografías de sus andanzas marroquíes.

Cada vida humana –nos diría Henri Bergson– es una película que se cruza con muchas otras películas. Quien toma fotos tiene el reto paradójico de fijar realidades mostrando los dinamismos internos, las cinemáticas anímicas de caras, paisajes, grupos.

Hay palabras-poemas: aljibe, alquitara, olivos, Fez, Tetuán, azul. Hay imágenes que alcanzan a sugerirnos historias individuales y colectivas.

Ordóñez nos muestra instantes de un Marruecos joven e infantil, femenino y masculino, un Marruecos que es tan moderno como un tren eléctrico en Rabat al atardecer o como una torre aerodinámica, ojiva o semilla, y es tan antiguo como “La flota azul” (unas cuantas lanchas en un muelle, junto a una fortaleza).

¿Son, realmente, “instantes”? A ver. El sustantivo instante viene del verbo instar y se relaciona con presionar, con exigir. En cambio, presente es la plenitud de la presencia del ser. El arte nos lleva del instante al presente y del presente a los dinamismos de una vida por encima del tiempo, así sea por unos… instantes.

El estropicio ajeno en Ecuador nos insta a regresar al instante. Las reflexiones y las imágenes de Andrés Ordóñez en torno a Marruecos nos instan a repensar una y otra vez las responsabilidades y las posibilidades de México tanto con los muchísimos países afines (y parcialmente olvidados, insuficientemente conocidos) como con sus propios talentos diplomáticos y artísticos.