¿Qué pasa cuando no podemos nombrar lo que sentimos? ¿Cómo se vive en un mundo donde las emociones son brújula, pero uno no tiene mapa? La alexitimia —un término que significa literalmente “sin palabras para las emociones”— representa una barrera invisible pero muy real para millones de personas, especialmente en contextos de neurodivergencia como el autismo o el TDAH.
No se trata de falta de emociones, sino de una dificultad profunda para identificarlas, diferenciarlas y expresarlas verbalmente. Y cuando no se puede decir lo que se siente, el malestar encuentra otras formas de manifestarse.
En el ámbito de la neurodiversidad, la alexitimia no es una rareza. Estudios como los de la Dra. Sarah Cassidy (Universidad de Nottingham) muestran que entre el 50 y 70 % de las personas autistas presentan niveles clínicamente significativos de alexitimia.
Esto implica que muchas veces el malestar emocional no se procesa internamente como tristeza o ansiedad, sino que se somatiza: dolores de estómago, crisis, insomnio o una desconexión afectiva con los demás. ¿Cómo se pide ayuda cuando ni siquiera se sabe qué se necesita?
Los expertos han comenzado a redefinir la forma en que abordamos el mundo emocional de las personas neurodivergentes. El neurocientífico Christian Keysers sugiere que “sentir con el cuerpo no siempre implica entender con la mente”.
Las emociones están, pero el acceso a ellas puede estar bloqueado. Esta desconexión no debe confundirse con frialdad o desinterés: la alexitimia es una dificultad de procesamiento, no de sensibilidad. Hay quienes sienten intensamente, pero se ahogan en un océano sin palabras.
Las consecuencias en la vida cotidiana pueden ser enormes. Las relaciones interpersonales sufren, los malentendidos crecen, la autocompasión se dificulta. A veces, una persona neurodivergente puede parecer indiferente o incluso agresiva, cuando en realidad está sobrepasada por emociones no nombradas.
Por eso es urgente cambiar la mirada y no forzar expresiones emocionales estandarizadas, sino permitir otras formas de validación: el dibujo, el movimiento, el humor, el silencio compartido.
También hay caminos de acompañamiento. La psicoeducación emocional adaptada, el uso de escalas visuales, la identificación de sensaciones físicas, o la escritura guiada han demostrado ser herramientas útiles para construir un puente hacia el mundo interno.
No se trata de “enseñar a sentir”, sino de ofrecer claves para descifrar lo que ya se está viviendo. Como dice Lisa Feldman Barrett, “las emociones no se descubren, se construyen”; por eso el entorno y la comprensión social son parte del proceso.
Reconocer la alexitimia en la neurodiversidad no es una forma de etiquetar más, sino de abrir espacio para la diversidad emocional. No todos lloran al sentirse tristes, no todos abrazan cuando aman. Entender esto es parte de una cultura emocional más inclusiva. ¿Y si empezamos a valorar otras formas de conexión, más allá del lenguaje verbal? Tal vez el silencio también tenga gramática propia.
En última instancia, vivir con alexitimia es como tener un corazón que habla en otro idioma. Y como toda lengua, puede ser aprendida, traducida, entendida siempre que haya alguien dispuesto a escuchar.
La empatía, la paciencia y la curiosidad auténtica son llaves fundamentales. Porque, aunque no todos puedan ponerle nombre a lo que sienten, todos merecen ser escuchados, sentidos, acompañados.