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Hoy Escriben - Miguel Ángel Sosa

Rescatarnos del ruido

Vivimos en una era en la que el ruido externo parece no tener pausa. Masificación, hiperconectividad, consumo sin tregua, información constante: ¿cómo mantener la salud mental cuando el mundo exige estar siempre disponibles, productivos y actualizados?

El costo emocional de esta dinámica social moderna es cada vez más evidente, pero también más normalizado. En esta vorágine de estímulos, cuidar la mente se ha vuelto un acto de resistencia y, al mismo tiempo, de profunda necesidad.

Históricamente, la salud mental ha sido un tema relegado o mal entendido. Freud abrió una puerta a lo inconsciente, y Viktor Frankl habló del vacío existencial como una epidemia silenciosa. Hoy, el fenómeno ha mutado: ya no es solo el vacío lo que nos aqueja, sino la saturación.

Redes sociales, publicidad, métricas de éxito basadas en la productividad y la imagen, nos arrastran a una comparación constante que deja poco espacio para el silencio interno y la autenticidad.

El consumismo ha dejado de ser solo una práctica económica para convertirse en una forma de vida. Compramos no solo objetos, sino identidades, pertenencia, aceptación.

Como señaló Erich Fromm, “hemos pasado del ser al tener”, y eso ha generado una desconexión profunda con lo que verdaderamente somos.

Las emociones son etiquetadas como debilidades si no encajan con el ideal de éxito; la ansiedad y la depresión son maquilladas con filtros digitales.

Frente a esta realidad, expertos en psicología contemporánea, como Gabor Maté, insisten en que muchas enfermedades mentales son respuestas adaptativas a entornos insalubres.

Es decir, no estamos “rotos”, estamos respondiendo de forma humana a contextos deshumanizantes. La masificación, por ejemplo, diluye la individualidad y nos deja sin sentido de comunidad genuina. El precio es el aumento de trastornos como la ansiedad social, el burnout y la sensación de desconexión.

¿Existe entonces una salida? El camino no es sencillo ni único, pero comienza con una recuperación del presente. La atención plena (mindfulness), el descanso real, la terapia, la conversación honesta y los espacios de desconexión digital ya no son lujos, sino herramientas de supervivencia emocional.

Volver a lo simple, a lo esencial, puede ser el antídoto contra una cultura que todo lo complica. Como dijo Carl Jung: “quien mira hacia fuera, sueña; quien mira hacia dentro, despierta”.

El impacto de esta transformación es profundo. Cuando priorizamos la salud mental, no solo nos cuidamos a nosotros mismos, también transformamos nuestras relaciones, entornos laborales y comunidades.

Una persona mentalmente sana es más empática, más crítica frente al sistema y más capaz de construir una vida con sentido. No se trata de evadir el mundo moderno, sino de habitarlo de manera más consciente y menos automática.

En última instancia, quizás la pregunta más importante no sea “¿cómo sobrevivimos a esta era?”, sino “¿qué tipo de humanidad queremos construir en ella?”. Volver a la mente, al cuerpo, a la conexión real, podría ser no solo una necesidad, sino una revolución silenciosa. Una en la que rescatar nuestra salud mental sea el primer paso hacia un futuro más humano.