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Hoy Escriben - Miguel Ángel Sosa

Respirar en medio del ruido

La ansiedad ha dejado de ser una sensación pasajera para convertirse en una presencia cotidiana en México. En medio de la rutina, la inseguridad, la incertidumbre económica y las presiones sociales, muchas personas viven con una tensión que no se disuelve del todo.

Detrás de cada dato hay cuerpos que no logran descansar, respiraciones que se vuelven cortas y mentes que buscan, sin encontrar, un poco de calma.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (Enbiare 2021) del Inegi, el 19.3 por ciento de la población adulta en México reportó síntomas de ansiedad severa, mientras que otro 31.3 por ciento presentó ansiedad leve o moderada.

En 2024, el sistema de salud público registró que el 52.8 por ciento de las atenciones por salud mental estuvieron relacionadas con trastornos de ansiedad, superando incluso a la depresión.

Los trastornos de ansiedad adoptan múltiples formas: preocupación constante, ataques de pánico, insomnio, síntomas físicos como taquicardia o temblores, o la sensación de que algo está por salir mal, incluso cuando nada ocurre.

Se estima que al menos el 3.6 por ciento de la población ha experimentado ataques de pánico. Durante la pandemia, entre el 32 por ciento y el 48 por ciento de los mexicanos presentó síntomas ansiosos: cifras que hablan de un país que respira entrecortado.

Las mujeres tienden a experimentarla en mayor proporción —el 56 por ciento ha manifestado al menos un síntoma ansioso, frente al 44 por ciento de los hombres—.

También los jóvenes y estudiantes viven presiones intensas: un estudio reciente halló que el 66.1 por ciento de los estudiantes de medicina presentaba síntomas de ansiedad.

Una generación que, en lugar de encontrar ritmo, se ve forzada a sostener el paso acelerado de un mundo que no permite pausas.

Aunque la salud mental gana visibilidad, persisten retos: el estigma social, la escasa cobertura de servicios en comunidades marginadas y la falta de formación en salud emocional entre profesionales de atención primaria siguen siendo barreras. La ansiedad se vive muchas veces en silencio, contenida detrás de sonrisas o productividad forzada.

Frente a esta realidad, tal vez el desafío no sea solo atender, sino escuchar el ritmo que la ansiedad interrumpe. Volver a reconocer el derecho a ir más lento, a pausar, a respirar sin culpa.

Abrir el diálogo en casa, en la escuela y en el trabajo, sin exigir explicaciones ni soluciones inmediatas. Fortalecer los servicios de atención, sí, pero también cultivar una cultura del ritmo humano, donde el descanso y la escucha sean parte del bienestar.

Cada cifra representa una vida. Una persona que intenta recuperar su propio compás, que necesita acompañamiento, herramientas y comprensión.

Ver la ansiedad con empatía y compromiso colectivo es un paso urgente, pero también lo es aprender a escuchar el pulso propio. Porque respirar profundo no debería ser un lujo: es, en esencia, la forma más humana de volver a empezar.