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Hoy Escriben - Miguel Ángel Sosa

Transformar la mirada

Durante décadas, la salud mental ha sido abordada casi exclusivamente desde una perspectiva patologizante: aquello que se sale de la norma debe ser diagnosticado, tratado o corregido.

Pero ¿qué sucede cuando esta mirada se aplica a las personas neurodivergentes? El riesgo es evidente: se reduce la diversidad humana a un conjunto de trastornos.

Desde el autismo hasta el TDAH, la neurodivergencia ha sido vista bajo el lente de la disfunción, obviando su potencial y riqueza.

La neurodivergencia no es una enfermedad. Es una forma distinta de procesar el mundo, pensar, sentir y actuar. Como afirma la psicóloga estadounidense Devon Price, “la neurodivergencia es una manifestación natural de la variabilidad humana”. Cuando los sistemas de salud mental operan desde una visión estrictamente clínica, no sólo fallan en comprender estas diferencias, sino que también pueden hacer daño, generando estigmas, diagnósticos errados y tratamientos inadecuados.

Una de las principales consecuencias de esta visión limitada es la patologización del comportamiento no normativo. Niños que no se ajustan a la disciplina tradicional son etiquetados, personas con alta sensibilidad emocional son medicadas, y se ignora la posibilidad de que estas conductas respondan a estilos neurológicos diversos y no a enfermedades mentales. Esto perpetúa una cultura de la “normalidad” que oprime.

Es urgente replantear la atención mental desde una mirada inclusiva y neuroafirmativa. Esto implica reconocer la diversidad neurológica como una parte intrínseca de la humanidad, no como un error a corregir.

Significa también crear espacios terapéuticos que validen las experiencias de las personas neurodivergentes, donde el objetivo no sea encajar sino comprender, acompañar y potenciar.

Expertos como Thomas Armstrong, autor de “El poder de la neurodiversidad”, proponen un cambio radical: dejar de ver la diversidad neurológica como deficiencia y comenzar a valorarla como una fuente de fortalezas únicas.

Las diferencias cognitivas pueden traducirse en creatividad, pensamiento lateral, atención a los detalles y empatía profunda. ¿No es eso algo que deberíamos fomentar en lugar de reprimir?

Además, es fundamental escuchar a las voces neurodivergentes. Nada sobre nosotros sin nosotros, reza un lema ampliamente difundido en estos movimientos.

Integrar sus experiencias y perspectivas en el diseño de políticas públicas, programas educativos y estrategias de salud mental es un paso esencial para una sociedad verdaderamente inclusiva.

Transformar la atención mental no es una tarea sencilla, pero es una necesidad urgente. Requiere desaprender lo aprendido, cuestionar los modelos tradicionales y abrirse a nuevas comprensiones de la mente humana.

Solo así podremos construir una sociedad que no solo tolere la diversidad, sino que la celebre como una expresión genuina de lo que significa ser humano.