El futuro, hoy

Cada inicio de año representa el comienzo de un nuevo ciclo. Nos invita a la reflexión, a imaginar potenciales escenarios, riesgos, posibilidades y planes. Algo en lo que he estado cavilando es la importancia que tiene la manera en que pensamos sobre el futuro, en lo individual y como sociedad. La visión del futuro y el rol que se pueda jugar en su construcción orienta las decisiones y acciones en el presente, creando así un círculo positivo o negativo que determina el futuro en sí.

Una primera dimensión que distingue la expectativa del futuro es si se ve con miedo o con esperanza. Por un lado, se vive en la mejor época de la humanidad evaluada desde múltiples indicadores de bienestar, salud y económicos. Sin embargo, al mismo tiempo se está en medio de la peor pandemia en al menos un siglo.

Estas condiciones macro son sólo el contexto en el que cada persona y cada comunidad imaginan y edifican su futuro. Y aquí hay una primera oportunidad, una decisión de perspectiva. La disposición activa de ver el futuro con optimismo. Sin caer en una pasividad ingenua pensando que todo, todo el tiempo va a estar mejor siempre.

La segunda dimensión relevante es la manera en que se concibe la propia capacidad para incidir en el futuro individual y colectivo. ¿Nos entendemos, explicita o implícitamente, como espectadores pasivos o como agentes de acción? De entrada, esta visión de las capacidades actuales y potenciales determina los posibles escenarios a los que se aspira y por los que se trabaja en la vida. Para ser emprendedor, científico o catalizador de un cambio social, primero se tiene que poder imaginar que se puede hacer y querer serlo.

Como en muchos otros frentes, en esta dimensión de posibilidades de futuro y nuestro propio sentido de agencia en los posibles escenarios, hay una creciente inequidad entre diferentes sectores de la sociedad. No puedes dar los primeros pasos en un viaje que no te puedes imaginar. Una tragedia el que haya tanto potencial y talento no aprovechado.

Marina Gorbis, directora ejecutiva del Institute for the Future, cerró su conferencia con la siguiente frase: “Todos somos emigrantes hacia el futuro. El destino y la manera de viajar dependerá, en gran medida, de lo que hagamos cada uno de nosotros”.

Por esto, primero hay que estar conscientes de que el actuar en el presente se determina, en gran medida, por las expectativas del futuro y el rol en su construcción.

Parece una obviedad, pero es algo que se olvida, por lo que se cae en fatalismos o actitudes de víctima que sirven de poco. Segundo, se debe buscar ser parte de grupos, organizaciones o movimientos que planten la posibilidad y se apliquen en la construcción de un mundo mejor; celebrar a los líderes que se enfocan en el futuro, sus posibilidades y los caminos para lograrlo. Tercero, ante los retos, hay que recordar la “Oración de la Serenidad” que repiten en sus reuniones los Alcohólicos Anónimos: “serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que sí podemos, y sabiduría para discernir la diferencia”.

Cuarto, desarrollar capacidades personales y colectivas que sean conducentes a forjar el futuro deseado y, sabiendo que no todo dependerá de ello, las habilidades de adaptación y resiliencia para buscar vivir una buena vida.

El futuro no se puede predecir. Ni tampoco está predeterminado y sólo hay que dejar pasar el tiempo para llegar a él. Hay que soñarlo, prepararse y trabajar por él.